Tribuna

Referéndum

Pedro Antonio Mas Cladera

Pedro Antonio Mas Cladera

Tradicionalmente en la legislación de Régimen Local española se ha venido regulando la alteración de términos municipales y la creación de municipios, estableciendo las condiciones y procedimientos a seguir para esas alteraciones, con objeto de garantizar la viabilidad de los nuevos municipios y que se otorga suficiente participación política a todos los afectados durante ese proceso. En la actualidad, esa materia puede ser regulada por cada Comunidad Autónoma en desarrollo de la Ley de Bases de Régimen Local, y, en lo no previsto, se aplica el Reglamento de Población y Demarcación Territorial estatal del año 1986.

En líneas generales, además de los trámites tendentes a comprobar que el asunto es viable social, política y económicamente, suele ser necesaria la adopción de acuerdos municipales con quorums elevados (2/3 de los concejales, voto mayoritario de los vecinos), además de informes de otras instituciones (órganos consultivos, etc.).

Igualmente, para la creación de las Comunidades Autónoma, la Constitución del año 1978 diseñó un sistema en el que para acceder al autogobierno era preciso que se pronunciasen a favor un número elevado de entidades y de la propia población; ello está detalladamente regulado en el capítulo tercero del título VIII de la CE y tuvo su aplicación práctica a principios de los años ochenta del siglo pasado. En esos casos, la iniciativa correspondía a las diputaciones (u órganos interinsulares) y a 2/3 o 3/4 partes de los municipios cuya población representara la mayoría del censo electoral, además de exigir un referéndum si se trataba de acceso a la autonomía por la vía rápida del artículo 151 CE, en cuyo caso era preciso el voto afirmativo de la mayoría absoluta de los electores de cada provincia (o sea, la mitad más uno de los electores totales).

Lo que pretendo decir con lo anterior es que, tanto en uno como en otro caso (entidades locales o comunidades autónomas), para la modificación del mapa político-administrativo es precisa la obtención de quorums muy reforzados, que aseguren una verdadera representatividad del resultado obtenido. Siempre, por encima de la mitad de la población con derecho a voto (no sólo de los votantes).

Desde esa perspectiva, no cabe duda de que la propuesta que ha puesto sobre la mesa estos días el partido Esquerra Republicana de Catalunya se queda muy corta. Propone, en síntesis, que se lleve a cabo un referéndum o consulta en Cataluña y que, si se reúnen a la vez un mínimo de un 50% de participación, y un 55% de apoyo al «sí a la independencia», ello sería suficiente para negociar con el Estado. O sea, que, en un censo de 1 millón, si participasen 500.000 personas y votasen a favor 275.000, bastaría para considerar que el apoyo a la independencia era suficiente (los votos de poco más de la cuarta parte de la población con derecho a voto).

Basta comparar lo exiguo de esos porcentajes —en relación con los antes expuestos— para comprobar que la propuesta carece así de lógica, pues no hay duda de que la exigencia ha de ser mayor si lo que se pretende es alterar la situación de un Estado, que si se quiere modificar una entidad local o autonómica.

Quede claro que aquí no nos referimos a la viabilidad de la cuestión, ni a si existe o no derecho a la autodeterminación, ni a otros aspectos relativos a la constitucionalidad de ese tipo de referéndums, sino simplemente a la poca lógica de esta postura puesta en relación con otros supuestos de alteración del statu quo.

En cualquier caso, creo que si el asunto se hubiera abordado con un planteamiento de este estilo desde el principio —es decir, siendo el Gobierno central el que hubiera puesto las condiciones para una consulta, estableciendo un alto quorum de participación y un elevado quorum de decisión para que tuviera algún valor (que no podía ser nunca vinculante, claro), en la línea de lo señalado por el Tribunal de Canadá en el caso de Quebec— las cosas hubieran sido muy distintas, desde entonces, y, seguramente, no hubiéramos entrado en la espiral sin salida en la que estuvimos (y seguimos estando, me parece).