Desperfectos

80 días en un clic

Ilustració: 80 días en un clic

Ilustració: 80 días en un clic / CARICATURA DEL ESCRITOR, POETA Y DRAMATURGO FRANCES JULIO VERNE.

Valentí Puig

Valentí Puig

En enero de hace siglo y medio aparece en las librerías de Francia la novela La vuelta al mundo en 80 días, de Julio Verne. Sería un feliz meandro de nuestras vidas. En aquel 1873 se investigan las ondas electromagnéticas, la presión de la luz. Primer motor de gasolina; el alambre de espino; la carroza de vapor. Crack de la bolsa de Viena. Primera República y cantonalismo en España. Ahora comienza 2023 con fragor de tanques en Ucrania y la post pandemia. Hablamos de clones, inteligencia artificial, metaverso, píldoras nanotecnológicas, prodigios robóticos. Las novelas de un Julio Verne que hubiese alcanzado la inmortalidad post humana tan anunciada se venderían a millones en un minuto.

En La vuelta al mundo en 80 días, Phileas Fogg sale del Reform Club, da la vuelta al planeta y regresa a los 80 días, impasible y enigmático. Ha recorrido un mundo en transformación álgida. La diferencia con 2023 es que, a pesar de los avances constantes de la humanidad, abunda más el fatalismo que la ilusión. Tal vez pasar del siglo XX al XXI nos ha hecho apocalípticos. Esa vuelta al mundo de Fogg es una zarabanda trepidante, inolvidable.

Más que ciencia ficción como hoy la entendemos, las novelas de Verne son de anticipación y tienen una frescura permanente porque nos hacen imaginar lo que no existe. Aunque recorramos el mundo en un clic y el telescopio James Webb fotografíe el Big Bang, seguimos con la novela de Verne siempre a mano, con la flema de Phileas Fogg iniciándonos en la aventura de cronometrar el tiempo y, sin darse cuenta, ganar un día por ir en el sentido del sol. Es el mejor Verne, como la pasión vengativa del capitán Nemo, los monstruos antediluvianos que sobreviven en el centro de la tierra, Miguel Strogoff o el adinerado Clovis Dardentor contemplando la catedral de Palma. Ir en globo, viajar a la Luna o llegar al centro de la tierra acabarían siendo un paseo.

Le apasionaba la geografía. Viajó poco. En Nueva York se hospedó en el mismo hotel que el profesor Aronnax de Veinte mil leguas de viaje submarino. Como casi todos los escritores de su tiempo, quiso ser Victor Hugo. No consiguió ingresar en la Academia Francesa: se quejaba de no ser nadie en la literatura francesa. Tenía más inventiva que estilo. Quería escribir su Robinson Crusoe, como Defoe siglo y medio antes. En realidad, personajes como Phileas Fogg o el capitán Nemo acaban hospedándose en la memoria del lector tanto como Sherlock Holmes. En total, Verne escribió una epopeya de la máquina de vapor.

A 150 años de la publicación de La vuelta al mundo en 80 días, quien solo ha visto la película, busque el libro, léalo en dos días y habrá pisado el futuro del pasado en compañía de Fogg, el acrobático Passepartout y la bella Aouda, rescatada de la hoguera. Esperaremos a la puerta del Reform Club a que ese perfeccionista de la aventura impasible que fue Fogg cobre la apuesta. Eran 20.000 libras esterlinas y por ahora en Gran Bretaña no circula el euro ni se espera.

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