Con el entusiasmo infantil
Este mes helado, paradigma del aburrimiento, en el que hemos agotado toda la sociabilidad posible, en el que se cruzan los saludos rápidos por la calle esperando no iniciar una conversación, es sin duda el mes del encierro y la introspección. Tengo una amiga con una estrategia que le funciona y es decir adiós, en lugar de hola, en los encuentros casuales cortando cualquier posibilidad de conversación. Esta es un poco la sensación en el ambiente, pasar rápido cada uno a nuestras cosas, llevar con nosotros mismos y solo con esa compañía, nuestras dudas, miserias o preocupaciones. Y así, aún es más gris, más entumecido este tiempo que nos parece de transición hacia una primavera cada vez menos floreada y un verano tórrido. Dejando pasar así los días que no volverán, porque las horas no entienden de estaciones, dejando pasar así a personas que necesitan urgentemente de la escucha.
La tentativa de suicidios en menores se disparó en 2022, siendo la más alta en los diez últimos años, exactamente veintiséis veces más alta que en 2012. El aislamiento obligado por la pandemia no hizo más que agudizar las complicaciones de un paso a la adultez cada vez más enredado, con menos capacidad de diagnóstico social porque los cambios se suceden a toda velocidad y a veces solo nos dedicamos a escandalizarnos, y con la atención psicológica o psiquiátrica pública menguada en su celeridad para servir como preventiva.
Lo más importante, caminar hacia un modelo de sociedad donde recuperemos la alegría de vivir, lo más urgente unos servicios públicos de calidad para atender a los que más los necesitan, la vuelta a una equidad de posibilidades en el que tu origen no determine inamoviblemente tu proyección social y profesional. Un futuro con posibilidad de cambio, o más bien, una posibilidad de futuro que a tantos jóvenes les resulta ahora vedado. Este camino cada vez más imposible para los que vivieron una protectora infancia está lleno de infraviviendas a precio de oro, mientras los tenedores de inmuebles se hacen cada vez menos pero más grandes, de escasos incentivos a la investigación o a la ciencia mientras decimos que es lo que más importa en nuestras vidas, y de relaciones utilitaristas mientras suspiramos por los valores de antes. Solo con el entusiasmo infantil, que diría Drexler, casi con la inconsciencia infantil que diría yo, saldremos a buscar qué queremos ser de mayores, si esta rueda ciertamente agónica se puede romper por un eje. Y en el nuevo desorden encontrar un modelo que se ajuste más a lo que necesitamos y a lo que deseamos de verdad, que casi siempre tiene que ver con las emociones y la seguridad.
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