Pobre de Sánchez si gana

La manifestación que lo condena a «prisión», los cachorros de Ayuso y el espontáneo que lo emparenta con Txapote son catas de una atmósfera enrarecida, más Brasilia’23 que Capitolio’21

Matías Vallés

Matías Vallés

En España se llama golpismo a cualquier cosa, excepto si el fusilamiento masivo es pregonado por un militar de carrera. Y en el país citado, todo es terrorismo a excepción de que el asesinato lo cometa un yihadista. En medio de esta anarquía terminológica, las únicas agresiones inconfundibles se dirigen contra La Moncloa. En principio, suponen un abnegado esfuerzo para descabalgar al inquilino del palacete, pero su intensidad equivale a emplear armamento nuclear para recuperar Perejil.

Si las múltiples elecciones de este ejercicio desalojan al PSOE, el bombardeo se autodisolverá espontáneamente como el pánico a la covid. Pero pobre de Pedro Sánchez si se le ocurre ganar las elecciones. En menos de una semana se amontonan una manifestación ultraderechista que desea meterlo «en prisión», el aullido inconfundible de los cachorros que gritan «se nota, se siente, Ayuso presidente» en masculino y en la Complutense, o el espontáneo imitador de Esteso y Pajares que emparenta al presidente del Gobierno con el etarra Txapote. Este último, en la mejor escena de Berlanga desde la muerte del cineasta. Son catas de una atmósfera enrarecida.

Con tanta ira embotellada, una hipotética victoria de Sánchez sería más Brasilia’23 que Capitolio’21. Un optimista antropológico corregirá que los exaltados del párrafo anterior se conformarían con dar rienda suelta a su efervescencia, en caso de derrota. Sin embargo, un porcentaje apreciable consideran que la libertad de expresión es el último refugio de los canallas. No solo se manifiestan por una urgencia creativa, desean ganar a toda costa, no aspiran a ser excombatientes. Odian tan visceralmente al presidente del Gobierno que no sabrían explicarlo, sufren un arrebato místico en la variante carpetovetónica.

Por fortuna, las encuestas de derechas sitúan al PP por encima del treinta por ciento de intención de voto. A ese porcentaje, el candidato ya puede probarse el traje de investidura que le habrá confeccionado Vox, a precio de mercado. No se trata de considerar si el PSOE puede invertir la tónica derrotista, sino si puede lograrlo sin que se desencadene una catástrofe. En la deportividad a mamporros dialécticos entre Shakira y Piqué, el «Que te vote Txapote» de máxima audiencia en RTVE podría equilibrarse con el eslogan «Que te vote Chapapote», dirigido al líder gallego del PP. En la situación vigente, este recurso al humor sería contraproducente, dispararía la temperatura de la combustión en curso.

Sánchez no ha creado un sanchismo, pero sí un antisanchismo, más sólido que la mitología de cualquiera de sus predecesores. Entre las víctimas colaterales, sobresalen las personas con pensamiento propio que accidentalmente arremeten contra portaestandartes de la liquidación presidencial. Por ejemplo, la alumna de la Complutense que refutó a Ayuso con valentía, hasta el punto de que la Duquesa de Sussex del PP en la recámara se mostró más comedida de lo habitual, con un discurso no exento de sensibilidad.

Culminada la minúscula afrenta de la alumna, sorprende contemplar a las plumas más acreditadas del país concentradas en denigrar a una simple estudiante de la Complutense, con lo cual se someten a un personaje que consideran irrelevante. Le acusan de profanar la facultad que incubó a eminencias como Ayuso, autora de la primera versión del himno triunfal «Que te vote Chapote». Entre decenas de columnistas conservadores, ni uno solo señala que supera el 9,2 de nota media de la premiada Elisa Lozano Triviño. Al contrario, insisten en que su centro universitario regala las notas altas, una declaración de impotencia por parte de los egregios escritorzuelos. El crimen imperdonable de la alumna consiste en no odiar a Sánchez.

Los ultracatalanistas quieren encarcelar a Oriol Junqueras y de paso a Sánchez, los ultraespañolistas se apuntarían a depositar en prisión el mismo lote. Es otra prueba de que los extremos no se tocan, se abrazan. El descontento es anterior a sus causas, el presidente del Gobierno se enfrenta a una animadversión personalizada que supera en impacto a la atonía de peso pluma en la que se ha instalado Núñez Feijóo, un opositor que comete más fallos sobre Religión que el Papa Francisco.

Con la peregrina propuesta de la lista más votada, el PP no solo desea que el PSOE vuelva a curarle de su adicción a Vox. Sin necesidad de señalar las contradicciones insalvables del enjuague preelectoral, Feijóo también aspira a resolver la cuestión más inquietante de la actualidad, ¿a quién odiarán los españoles después de Sánchez?

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