Limón & vinagre

Pablo Llarena | Piqué y Shakira, en versión 'procés'

Pablo Llarena

Pablo Llarena / IRMA COLLIN

Matías Vallés

Matías Vallés

A medida que se aleja 2017, en el imaginario colectivo se confunden los apellidos judiciales rimados de Llarena, Marchena o Lamela. Combatieron encarnizados a un procés más caducado hoy que el brexit, en el imperio de los clics. Presumen de haber derrotado al independentismo, el inolvidable Carlos Lesmes se lo soltó al Rey en nombre de todos ellos en la inauguración del año judicial, pero fue una victoria por aburrimiento sobre la hipérbole del Barça-Madrid.

Con el independentismo relegado a páginas interiores y Cataluña más española que nunca según la encuestas, cabalga de nuevo Pablo Llarena. El instructor de las causas en el Supremo es un hombre con una misión, revitalizar el procés cada vez que decae, aunque le cueste una recriminación de la dicharachera María Jesús Montero. La popularidad del juez con residencia ultrajada en Cataluña siempre dependió de Carles Puigdemont, y ahora más que nunca. La esclavitud mutua ha perdido dramatismo, cada vez cuesta más tomarse en serio a cualquiera de los dos protagonistas. Esta pareja de Derecho ya solo puede ofrecer una versión del duelo entre Piqué y Shakira para teatros de provincias.

De Llarena no solo sobrevivirán los autos y órdenes de extradición rechazados hasta la fecha en Bélgica, Alemania, Italia o Reino Unido. También ha sufrido las banderillas de TV3 en abundantes sketches del programa satírico Polònia, donde el intérprete del juez se dirige a la audiencia al grito de:

-Catalanes, catalanas, sediciosos todos.

En efecto, el tono rima con el Twitch de Luis Enrique desde Catar:

-Buenas noches amigos, buenas noches enemigos.

Estos dos personajes no solo concuerdan en el estrepitoso fracaso de sus propuestas, porque Llarena se inventó una rebelión que solo era una «ensoñación», al ser traicionado por los siete juzgadores del procés incluido su jefe Marchena. El enjuiciador y el exseleccionador entroncan con el genuino estilo español de «esto lo arreglo yo con dos patadas», o el «si a mí me dejaran». Por eso el instructor se olvida de traducir una euroorden a idiomas extranjeros, convencido de que la pecadora Europa mejoraría su estatura moral si se homogeneizara en el invicto castellano.

En ningún caso debe entenderse este retrato como una impugnación a la heterodoxia. Es interesante que florezcan chispeantes personajes contracorriente, dispuestos a equivocarse con reiteración con tal de mantener sus ideas, convencidos de que todos los demás países conducen en la dirección equivocada. Otra cosa es otorgar a estos innovadores la capacidad de meter a la gente en la cárcel.

Los jueces de apellido rimado han empuñado el timón político ante las carencias lacerantes de la derecha, pero la imagen es fundamental, y también aquí pierde nuestro protagonista. Hay creencias débiles que se refuerzan por la personalidad de sus proponentes, véase al carismático Marchena. Y hay iniciativas contundentes que se diluyen por la estampa de su paladín, véase Llarena.

Las contradicciones no desaniman a Llarena, que siempre será un atributo de Marchena, un afluente que el Sumo Sacerdote adapta a sus necesidades laberínticas. El instructor creó de la nada un golpe de Estado postmoderno, que fue jibarizado por sus colegas juzgadores a golpecito de Estado, pese a que el encuadre en el golpismo todavía es muy jaleado por crítica y público. Llarena abraza ahora con furor de converso la religión de la secesión, se toma la revancha doctrinal resucitando una figura que había despreciado y que se acabó imponiendo por unanimidad.

En el auto en que renueva la persecución de Puigdemont, salvo en el extranjero que es donde se encuentra el fugitivo, Llarena pontifica sobre la vigencia de la sedición que no supo ver cuando existía. Es un especialista en leyes muertas, una malversación agravada tiene un futuro dudoso en sus manos. El segundo miembro más conocido de la Sala Segunda del Supremo demuestra que el Derecho creativo y recreativo siempre encontrará una fisura, para castigar a quienes lo merezcan. Otra cosa es quién subraya a los merecedores.

Visionarios de la justicia militante como Llarena, sin olvidar al fallecido fiscal Maza y al titiritero Marchena, deben explicar por su vocación política que Ciudadanos se haya disuelto en toda España después de 2017, mientras que la independentista Esquerra gobierna en Cataluña y en España entera. Llarena puede corregir que, junto a Puigdemont, son las dos personas que más han hecho por la unidad de la nación española. Salvo que les ha salido roja, en contra de sus pretensiones. En el estricto ámbito judicial, ¿es más creíble el Tribunal Supremo desde que movilizó su cruzada contra el procés?

Pablo Llarena, magistrado de la Sala Segunda del Tribunal Supremo.

Suscríbete para seguir leyendo