De cuando el arte era autosuficiente

Àlex Volney

Àlex Volney

En mayo de 1983 se decretaba, de nuevo, el estado de excepción en Perú. El gobierno español rechazaba el documento de la junta militar argentina sobre los españoles desaparecidos en dicho país. En Australia un equipo de investigación implantó con éxito en una mujer un embrión conservado mediante congelación. Yuri Andropov proponía tomar como unidad para contar los euromisiles, no los aparatos lanzadores, sino las ojivas nucleares lo que ya derivó en una encendida polémica. En Irán 1.500 comunistas detenidos en un solo año. El Partido Comunista disuelto y 18 diplomáticos soviéticos expulsados. Los lagos de Covadonga ya eran, ese mismo año, los lagos de Hinault. Ganó la XXXVIII vuelta mientras el pleno del Congreso aprobaba la ley de expropiación de Rumasa. También el Ministerio del Interior de la República Federal Alemana informaba que los diarios de Hitler eran totalmente falsos. Ese mismo verano morirán Charlie Rivel y Luis Buñuel. Hoy parece un chiste pero el Tribunal Constitucional frenaba la LOAPA resultado del 23 -F. En otoño de ese año millones de personas se manifestarían en las principales ciudades europeas como muestra de rechazo al armamento nuclear. Se acabaría el año con la concesión del nobel de la paz a Lech Walesa y la muerte del pintor Joan Miró llegaría el día de Navidad.

Pero volvamos a mayo. Día 14. De madrugada expertos italianos hicieron estallar unos 400 kilos de dinamita para abrir una brecha de 15 metros y desviar así la riada principal de lava del Etna que acechaba varias poblaciones. Esa técnica de derivar el magma a canales cavados con bulldozers era pionera y terminó con éxito. Por otro lado, mientras la esperanza de vida iba subiendo y se podía controlar a todo un volcán la muerte seguía implacable segando jóvenes vidas a una élite de una pequeña revolución que se iría cobrando el tributo de ir eliminando a los mejores protagonistas.

Ese chaval simpático, amigable, de sonrisa fácil y charla casual, abierto al mundo y a las más potentes tendencias. Se había paseado mucho por cementerios y recreado en el sado o exhibiendo cruces gamadas por el simple hecho de provocar, nada ideológico. Perfeccionista en todos los detalles de la producción, tras el gran esfuerzo en el aprendizaje musical, con pocos medios o casi inexistentes (y en muy poco tiempo) pronto llegaría el éxito pues se atrevería a versionar incluso Heroes de Bowie. Pero destacaba, ante todo, por una cosecha del todo propia. Pegamoides habían teloneado a las «Mo-dettes» para luego, nuestro protagonista, marchar con ellas a Londres y pulsar el movimiento after punk. Ana Curra y Olvido Gara lo seguirían. Allí incluso vieron a los Ramones, la moda gótica y los bondages entrarían en la estética, a trapo, de muchas chicas. Sacudían con fuerza el triste panorama ibérico.

Eduardo Benavente. Este 14 de mayo que viene se cumplen 40 años de su muerte acaecida cuando era un joven de 20 (que hoy sería un músico de 61). Se habló de furia, fiebre y frenesí, pero además su corta producción discográfica no tuvo igual por lo revolucionaria en el apestoso panorama musical español. Voz energética y carismática, todavía infantil la del líder de Parálisis Permanente que estuvo antes en «Prisma» con Nacho Cano pero sobre todo con el, también desaparecido, gran batería Toti Árboles (La Frontera). Estuvo en «Los Escaparates» y luego en «Alaska y los Pegamoides» para acabar creando «Parálisis…» en 1981 proyecto que consolidaría junto a su pareja Ana Curra, estudiante de farmacia con unos años de Conservatorio a sus espaldas. Conoció todas las disciplinas a la batería, cantando, a la guitarra, el bajo o el teclado. Había nacido el 30 de octubre de 1962 y murió un triste sábado de mayo en la tarde.

En pleno desmarque de Carlos Berlanga (hijo del director de cine) y Alaska, Nacho Canut le había escrito una letra a medida: Autosuficiente. El 14 de mayo de 1983 llovía y hacía viento en su ruta. Habían hecho su último concierto en León y se dirigían a Zaragoza para tocar a las 19h. Conducían un Seat ronda y Ana iba al volante. Eduardo de copiloto. El mal funcionamiento del parabrisas los obligó a dejar la autopista. Ya en la carretera una rueda reventó y dieron vueltas de campana. 17h. Como los elegidos. No tendría tiempo de ingresar en el club de los 27. Venían de tocar en el Tropicana, murió en la localidad de Alfaro dirigiéndose al siguiente bolo donde no quedaría muy claro si se anunció su muerte de forma oficial al suspenderse el mismo. Uno de los platos más fuertes de esa noche que no sería servido ya a ninguna hora ante la creciente conmoción general. De pronto sus letras y toda la atmósfera de su obra remarcaban en oro un siniestro relieve en la historia de la música popular europea. Un auténtico creador al que solo la muerte interrumpió en su constante evolución. Musicalmente activo de 1978 a 1983. Eternamente joven, el apóstol del after punk no tenía nada que envidiar a sus semejantes de otros países. Con su desaparición la «Movida» ya se empezaba a cobrar demasiados cadáveres. Benavente no es solo el «apellido» de un gran grupo que sigue en liza, es el principal linaje de uno de los grandes.

En el órdago ochentero muchos jóvenes nos vimos alternando la muerte de amigos a la de los abuelos. En los cementerios se descubría que los demás también tenían padres, incluso los mitos. El entierro fue en Carabanchel el 16 de mayo de 1983 y su madre desolada se agarró al féretro gritando: «¡Ay, Dudi, qué cara te ha costado la fama!».

Creador de un sonido irrepetible vivía la idea goethiana de que el artista se diferencia del resto de los hombres al construir y reconstruir constantemente su personalidad que lo capacita en su heroicidad estética y gran inteligencia artística que en su caso va a cumplir con su principal máxima. Eduardo Benavente: Rápido, eficaz y preciso. Irrepetible y en la auténtica vanguardia.

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