¿Rey de España o rey de PP-Vox?

Que Felipe VI defienda el aumento del gasto militar y no diga nada

del gasto sanitario o social es pura ideología

Ernest Folch

Ernest Folch

En la tradicional celebración de la Pascua Militar, el Rey sorprendió con un discurso en el que defendió aumentar el gasto militar con una inequívoca expresión: «La importancia de invertir en Defensa», dijo, para que las Fuerzas Armadas «puedan cumplir con todo lo que se les demanda». No se sabe si fue una intromisión, un descuido, una provocación, o las tres cosas a la vez, pero lo cierto es que el Rey pronunció el discurso delante de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, el único que tiene la facultad de administrar el Presupuesto de acuerdo con lo que haya aprobado el Congreso. Las palabras del Rey suponen una inédita intromisión en la autonomía de cualquier Gobierno, y más teniendo en cuenta que el gasto militar ya se había incrementado en más de 1.500 millones de euros con la guerra de Ucrania. ¿Qué necesidad había de insistir en ello, desde una posición teóricamente neutral como la de la monarquía? Puede que, efectivamente, haya una causa estrictamente gremial: el Rey hablaba quizás como un simple comercial del Ejército y del lobi armamentístico, indisociablemente ligado a él. Pero a estas alturas de esta película, no parece una hipótesis suficiente: que el Rey nunca haya pedido, por ejemplo, un aumento del gasto sanitario o social en plena pandemia es la demostración fehaciente que su defensa del aumento del presupuesto militar es estrictamente ideológica.

Basta con ver las reacciones que ha provocado para entender su intencionalidad: rechazo en la izquierda y algunos partidos periféricos, silencio del PSOE y aplausos de la derecha mediática y política. De hecho, lo único que hace el Rey es ser fiel a sí mismo desde que el 3 de octubre de 2017 decidió, o le decidieron, perder su neutralidad, con el célebre discurso en el que, con un tono y una gestualidad altamente agresiva (levantando recurrentemente el famoso dedo), decidió ubicarse en posiciones extremas y difícilmente conciliables con el papel de árbitro que algunos quieren otorgarle. ¿Puede de verdad ser un árbitro quien es vitoreado sistemáticamente por Abascal, de Vox? ¿Puede tener un papel conciliador quien nunca hace o dice nada que pueda afear a la derecha? Ya hace tiempo que Felipe VI parece estar muy a gusto sentado en las faldas de la peor derecha, y sus gestos siempre tienen un trasfondo de querer gustar al sistema mediático que les apoya: el pasado agosto, por ejemplo, creó un conflicto diplomático innecesario al no levantarse al paso de la espada de Simón Bolívar en la toma de posesión del nuevo presidente de Colombia, entusiasmando a los carpetovetónicos que reivindican la España conquistadora. La sensación que da el Rey es que no estará cómodo hasta que en España no gobierne el binomio PP-Vox, el único que aplaude sin condiciones cualquier cosa que haga o diga. Pero, mientras tanto, debería ser más cuidadoso con sus palabras, ni que sea por lealtad a la Constitución que dice reivindicar, porque pedir aumentar el gasto militar no está en ninguna de las funciones claramente explicitadas en el artículo 63 de la Carta Magna. Como no puede formar parte de sus atribuciones posicionarse ideológicamente, presionar directa o indirectamente al Gobierno y mucho menos flirtear con partidos políticos muy concretos del arco parlamentario. No deja de ser curioso que un rey dispuesto a insinuar tantas cosas haya sido todavía incapaz ni de decir media palabra sobre la presunta corrupción de su propio padre, forzado a exiliarse a una vergonzante dictadura del golfo Pérsico. Consejos vendo y para mí no tengo. En el aire sobrevuela una pregunta: ¿Para quién trabaja el Rey? La respuesta es cada día más inquietante.

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