¿Verdad o mentira?

Ángela Labordeta

Ángela Labordeta

Llega 2023 como se fue 2022: airado, melancólico y sin respuestas para los grandes enigmas a los que nos enfrentamos a diario. Desconocemos qué pasará con la guerra de Ucrania y si Lula conseguirá impulsar en Brasil sus reformas para hacer del país un lugar más solidario. En Alemania las cosas parece que no van tan rematadamente mal en el aspecto económico y en España simplemente sigue la bulla y a tu reforma yo impongo la mía y a tus números yo adjunto los míos y así que pasé 2023 sin saber realmente qué hay de verdad o de mentira en lo que uno u otro dice, porque al estar en año electoral -autonómicas, municipales y generales- vamos a escuchar y leer tantas barbaridades que finalmente no sabremos quién dice la verdad y quién la mentira y menos aún si realmente la verdad es verdad y la mentira es mentira.

El otro día en mi casa jugábamos a un juego; se trataba de contar una historia y el resto debía decir si era verdad o mentira. Mi madre nos confesó que hacía cosa de un par de meses se cayó en la calle y que no nos dijo nada, ni a mis hermanas ni a mí, para que no la regañáramos y añadió que ya sabe que hay cosas que no hace bien, pero que a ella le gusta seguir saliendo a la calle sola y que ese día tropezó y se cayó y nos contó que una señora algo mayor que ella, pero muy alta, la ayudó a levantarse y le propuso que tomaran un café o una infusión para que mi madre descansara. No esperamos a saber si la historia era verdad o mentira, simplemente comenzamos a increparla, argumentando que ya se lo decimos una y otra vez, que esos pies le juegan muy malas pasadas y que no debe salir sola a la calle, porque un día se romperá la cadera o algo peor. Mi madre se quedó en silencio y no dijo si la historia era verdad o mentira, porque nosotras ya habíamos dado por hecho que se había caído en el cruce entre Fernando el Católico y Goya y que una mujer muy alta se había acercado para ayudarla a levantarse y que esa misma mujer la había llevado hasta un café cercano para invitarla a tomar una infusión o un café. No preguntamos de qué hablaron, ni si se habían pasado los teléfonos por gratitud y esas cosas, solo seguimos con nuestro relato de esto no y aquello tampoco y ella enmudeció, bajó la vista y dijo que la vejez no solo es un engrudo, es un corsé del que ya no puedes escapar. Nosotras seguíamos a lo nuestro, insistiendo en que no tenía que salir a la calle sola, hasta que ella dijo: «La historia es mentira»; sin embargo, ninguna la creímos.

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