La mano de Irina, muerta en Bucha
Año nuevo, cuaderno nuevo: atrás quedan fragmentos congelados
Llevo una semana escribiendo con letra diminuta, casi liliputiense, aprovechando hasta los márgenes, todo por la cabezonería de no estrenar otro cuaderno hasta que empiece 2023, año que se abre paso como el de las elecciones a manta. Se trata de una manía obsesivo-compulsiva mantenida a rajatabla: año nuevo, libreta nueva. Por norma general, suelen quedarse varias hojas en blanco en la vieja, pero el río se ha desbordado en este 2022 tan intenso. Quizá escogí una libreta demasiado delgada para lo que se vino encima.
Ojeo las páginas a voleo. Anoté en abril la granizada de Sant Jordi (algunas librerías, por cierto, no han cobrado todavía ni un céntimo por el descalabro). En junio, pegué el tique de un sablazo en el aeropuerto de El Prat: café con leche, bocadillo y una botella de agua, 14 eurazos.
Paso montones de páginas dedicadas a la guerra en Ucrania, un conflicto cada vez más olvidado, del que duele escribir, una herida de la que voy escapándome con la espalda pegada a las esquinas. Entre ellas, aparece un recorte de prensa, una foto pegada, la mano de una mujer asesinada en Bucha, una mano coqueta, con la manicura roja y un corazón en el anular que parece esculpido por la metralla.
Una mano de la que se ha escapado el pulso hace apenas un instante. La mano izquierda de Irina Filkina.
Cuanto quepa. Una mañana de febrero, muy temprano, transcribí una frase de un escritor a quien admiro, el malagueño Antonio Soler: «Nunca supe si las sombras desaparecen con la luz o con la llegada de la noche, con la aparición de una sombra más extensa y poderosa». Y así, retazos de lo que va aconteciendo. La gran Carmen Martín Gaite llamaba a estos receptáculos «cuadernos de todo», donde se puede meter cuanto quepa, como en un cajón. Basta con empezar a rellenarlos sin miedo. Ella empezó el primero con ese nombre el 8 de diciembre de 1961; se lo había regalado su hija Marta.
Vida disecada. El problema con la libreta finiquitada es que ahí se quedan escoradas direcciones de correos electrónicos sin escribir. Frases que no encontraron acomodo en ningún artículo («aburrido como un ciprés»). Una lista de libros apetecibles, que probablemente no se trasvasarán al nuevo cuaderno: Romanticismo, de Manuel Longares; Piranesi, de Susana Clarke; Monstruos y prodigios, de Ambroise Paré. Impresiones, propósitos, chorradas, ideas. Vida y muerte congeladas. Como las caricias en la mano de Irina.
Ayer salí de puntillas, disimulando entre el gentío, a comprar un cuaderno nuevo. Espera su turno sobre la repisa del recibidor, envuelto en celofán, con 200 páginas blanquísimas, expectantes, agradecidas por estrenar.
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