Presidenta de la agencia Magnum Photos y Premio Nacional de fotografía

Limón & vinagre | Cristina de Middel: La gran cuestionadora

Autorretrato de la fotógrafa Cristina de Middel, presidenta de la agencia Magnum Photos.

Autorretrato de la fotógrafa Cristina de Middel, presidenta de la agencia Magnum Photos. / Cristina de Middel

Mercedes Gallego

Mercedes Gallego

Se pueden llenar folios enumerando los premios y reconocimientos que hasta la fecha ha cosechado pero basta poner su nombre en internet y bucear en lo que sobre ella se ha escrito para hacerse una idea aproximada de la magnitud de la vida y obra de una mujer para la que el verdadero poder lejos está de medirse por estos parámetros. Ni por esos ni por ser la primera española en presidir la prestigiosa agencia Magnum Photos. O por tener en su haber el Premio Nacional de Fotografía, el Prix de Virginia o el Infinity Award del Internacional Center of Photography de Nueva York, por citar algunos de los galardones de incuestionable prestigio. Ni siquiera por haber colgado su obra en las paredes del El Prado. O por acabar de ser elegida por la revista Forbes una de las cien mujeres más influyentes de España junto a la viróloga Margarita del Val, la reina Letizia, las vicepresidentas Díaz, Calviño y Ribera o la mismísima Rosalía, entre otras.

Para ella, para Cristina de Middel (Alicante, 1975), apátrida de sangre manchega y belga, el verdadero poder sería volar. O ser transparente. «¡Eso sí que es poder! Pero el que tengo en Magnum no lo veo, es algo simbólico. No ha cambiado nada. Sigo siendo la misma persona que trabaja, como lo he hecho siempre, y que ha tenido que currarse todo lo que ha logrado. Nada más». Ni nada menos.

«¿Que si aun así me siento poderosa? Por supuesto que sí, pero mi poder radica en ser capaz de conseguir lo que me propongo, no en ser presidenta», afirma con una sonrisa de esas que parecen la alegría de la huerta pero que en realidad son su arma secreta para gestionar la percepción de que todo está fatal. Así lo siente y así lo suelta sin perder la compostura esta inconformista de cuna que nació con el mirochip de la visión crítica implantado de serie y el sano vicio de cuestionarlo todo. Hasta de cuestionar a quien lo cuestiona. Es su carácter, como el escorpión de la fábula.

Confesiones de «una pesimista proactiva muy bien maquillada», como se autodefine, dispuesta a seguir intentando cambiar lo que no le gusta. Y a hacerlo a través de un lenguaje distinto. El suyo. El mismo que hace una década la llevó a dejar la redacción del periódico Información de Alicante, donde trabajaba y en el que se alimentaba «de la locura de crear algo nuevo cada día», para zambullirse en aguas desconocidas. Y lo hizo. «Con la sensación de que estaba remando a contracorriente en un barco al que ahora, cuando se ha visto que navega, todo el mundo se quiere subir», resume sin disimular un ápice la patada en las espinillas que acaba de lanzar.

Suelta esta reflexión desde el corazón de la colonial y colorista Salvador de Bahía, desde la última planta del edificio en el que ha fijado su parada y fonda junto a su compañero en todos los sentidos, Bruno Morais, y donde aspira a montar una suerte de residencia en la que otros artistas no tengan otra preocupación ni objetivo que crear. El verbo que más y mejor conjuga. Pero eso será más adelante.

Después de haberle dado varias vueltas al mundo en los últimos años, es en esta etapa al frente de Magnum, consciente de que hay colegas que dependen de su gestión, cuando esta contadora de historias asegura que está aprendiendo a ser mayor. «Otra cosa es que quiera serlo», matiza aderezado con su risa-arma la artista a la que el mundo conoció a raíz de que se le ocurriera relatar la fallida carrera espacial de Zambia en un fotolibro. Y desde entonces no ha parado.

Pero antes de Afronautas, Cristina de Middel ya apuntaba maneras. Que se lo pregunten si no a Paula P. Con P de prostituta. De la que empezó a contar su vida en imágenes y acabó incorporando a sus afectos con si fuera una más de la familia por la que, en la concepción más siciliana del término, ma-ta.

Ahora le ha tocado el turno a la parte contratante de la parte contratada, que diría Marx. Groucho. O lo que es lo mismo, a los puteros que compran los servicios de otras muchas Paulas. Gentlemen’s Club lo ha titulado y para realizar las cien entrevistas que conforman esta obra con formato de archivo ha recorrido un decena de ciudades: desde Kabul a Bangkok pasando por Río, La Habana, Lagos, México, Ámsterdam, París, Bombay y Los Ángeles. Contactos por los que en esta ocasión han sido ellos los que han cobrado a cambio de dejarse usar por el objetivo y la pluma de la artista. Así es la de Middel cuando de invertir roles para visibilizar realidades, miserias e injusticias se trata.

Un proyecto que, paradójicamente, la presidenta de Magnum no ha encontrado quien se lo edite. En parte por la aridez del tema y en gran parte porque a estas alturas no está dispuesta a admitir interferencias. Sabe lo que quiere, cómo lo quiere y, sobre todo, que se puede permitir el lujo de tomar decisiones anticomerciales que probablemente de otro modo se vetarían. Así que será otra autoedición, como le ocurrió con Paula y con los astronautas africanos. Y aquellas experiencias no salieron nada mal.

Con cuatro exposiciones en la recámara, tres en la Comunidad Valenciana y una en el Canal de Isabel II en Madrid (Cartas al director ha llamado a esta última), y otro fotolibro (Journey to the center) sobre la ruta migratoria desde Centroamérica a EE UU, la gran cuestionadora sigue incansable en su objetivo de canalizar la atención hacia todo aquello que quiere cambiar. Que no es poco. Y para ello solo tiene que centrarse en lo que más le gusta: hacer fotos y alimentar su curiosidad. Que es mucha. Pero sin perder de vista que la solidez de la verdad no existe, uno de sus mantras.

En cuanto deje de jugar a ser mayor, se pone a ello.

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