Limón & vinagre

Jordi Cruz | Qué decepción

Jordi Cruz

Jordi Cruz / EFE

Emma Riverola

Emma Riverola

«Has sido una absoluta decepción», espetó Jordi Cruz a Patricia Conde en MasterChef. Y todos los hijos o hijas, de 10, 30 o 70 años oyeron a sus padres dictando la sentencia fatídica. ¿También los de 44? No sirves, no eres lo suficientemente bueno, nunca lo serás… una decepción. No es la primera vez que MasterChef muestra a los concursantes un trato más que discutible. Mostrar, es importante la utilización de ese verbo. Porque cada plano del programa es fruto de una elección, también la bronca a una persona que se muestra (de nuevo el verbo) agotada, desorientada y apática. Los telespectadores no saben lo que ocurre tras las cámaras, solo acceden al montaje final. Y esa es la única verdad tangible que queda de un programa de la televisión pública: la humillación a una concursante desbordada. «Porque no hay salud sin salud mental», proclamaba una campaña reciente firmada por Objetivo RTVE. Qué decepción.

Jordi Cruz (Manresa, 1978) forma parte del tribunal del exitoso MasterChef España desde sus inicios, en 2013. El programa hizo crecer la popularidad del chef, pero su relevancia gastronómica se la había ganado a pulso mucho antes. A los 14 años empezó a trabajar entre fogones. A los 26, fue el chef español más joven en conseguir una estrella Michelin. Hoy luce seis. Tres en su restaurante ABaC, dos en Angle y una en Atempo, todos en Barcelona. La pasada primavera, Cruz anunció su deseo de abrir un restaurante en Madrid. Muy crítico con la gestión de la pandemia en Cataluña, afirmó: «Me casaría con Ayuso mañana por su gestión de la hostelería en Madrid durante el covid».

Cruz es -o era- el tímido que no quiere serlo y se empeña en desnudarse para vencer la vergüenza. En todos los sentidos. Desde la portada de Men’s Health en 2014, en la que mostraba su cuerpo después de aceptar un reto de la revista para ponerse en forma, hasta hablar sin tapujos de la complicada relación con su padre ya fallecido o aceptar, en su momento, la participación en MasterChef. Se muestra orgulloso de cada desafío vencido. El desnudo le sirvió para decidir cuidar su cuerpo a través del deporte y la alimentación sana. La televisión, para vencer su carácter retraído. ¿Demasiado? Él reconoce su tendencia a hablar más de la cuenta, a meter la pata. Respecto a la relación con su padre, Freud lo tendría bastante fácil.

Cruz no ahorra insultos para sí mismo. «Burro» en la infancia, cuando andaba como pollo sin cabeza hasta que se focalizó en la cocina, o «chungo» por la dureza de sus juicios en MasterChef. Un personaje demasiado estricto del que afirma querer desprenderse para mostrar su supuesta personalidad verdadera. Asegura que le gusta el buen rollo, mucho más que a ese tipo tenso que, a veces, se cuela en la pantalla. Eso sí, reconoce tener una suerte de «animal» en su interior, un carácter fuerte que le recuerda demasiado al de su padre, una pulsión que intenta domesticar y convertir en algo positivo.

Como la mayoría de los chefs de su nivel, Cruz destila autoexigencia por los poros y un especial interés en ser reconocido. Como si la aprobación paterna que tanto necesitaba siguiera buscándola ahora en el mundo gastronómico, entre sus colegas de profesión. No quiere que el brillo de los focos de la tele empañe el fulgor de las estrellas Michelin. Y, menos aún, que la popularidad televisiva sugiera que su reputación le ha llegado por su cara bonita y no por haber quemado horas entre fogones. Su esfuerzo ha sido el único salvoconducto al éxito.

¿Quién dictó sentencia sobre Conde? ¿El Cruz cocinero tenaz, ambicioso e implacable consigo mismo o ese «animal» que trata de domar, incapaz de entender ni aceptar una actitud que no se ajuste a sus expectativas? ¿El chef del buen rollo o el que tiene grabado en su memoria de niño los días en los que anhelaba el respeto de su padre? En realidad, esa batalla interna es una cuestión que solo le incumbe a él y que una televisión pública debería habernos ahorrado.

El solo planteamiento de la crítica, ese «nos has decepcionado», acompañado de una serie de amonestaciones previas que destilaban de todo menos comprensión emocional hacia una concursante desbordada, es un disparate en un momento en el que los trastornos mentales se han convertido en una epidemia social. No es el modo de relacionare en el mundo laboral. Tampoco en el ámbito familiar. Ningún Jordi o Patricia merece oír en un momento de dificultad: qué decepción.

El cocinero Jordi Cruz, seis estrellas Michelin, en su restaurante barcelonés ABaC.

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