TRIBUNA

El abandono de mascotas

Informaba este periódico el pasado 14 de diciembre que el ayuntamiento de Palma ha iniciado una nueva campaña para lograr invertir el aumento significativo de casos de abandono de mascotas. Cada año nos topamos con esta dramática realidad. Las causas del abandono son varias, compras de mascotas por mero capricho o para «comprar» el amor de otros, sanciones por no tener los perros en regla, sobre todo, de los mal llamados «potencialmente peligrosos», disminución sobrevenida del nivel de ingresos familiar (uno de los primeros gastos que se eliminan son los del mantenimiento de las mascotas), etc.

La campaña municipal se lleva a cabo justo al inicio de las fiestas navideñas para concienciar de no comprar mascotas para regalar sin tener en cuenta que las dimensiones del hogar familiar tal vez no sean compatibles con el tamaño del cachorro cuando crezca, o si la familia está concienciada de lo que supone tener una mascota. Se llama la atención que un animal no es un juguete que se pueda usar y tirar. Los animales no son cosas, son seres sintientes y conscientes de lo que sienten. Cuando un animal se incorpora a un hogar, se generan en él lazos emocionales muy fuertes con la familia que le ha acogido. Su fidelidad es incondicional y verdadera, entrega todo su cariño y vive sintiendo que ese hogar va a ser para siempre y que los humanos con los que vive, al igual que él, le van a ser fieles. Abandonarlos es causarles uno de los mayores males que puede padecer un animal doméstico.

Cuando visitas el centro municipal de Son Reus y miras a los ojos a los perros y gatos encerrados en sus jaulas, ves la profunda decepción que anida en su interior, la angustiante soledad que padecen, la desesperación por encontrar un nuevo hogar, un nuevo amo a quien servir. Verlos solos, en casetas húmedas y desangeladas, hace que nos preguntemos qué crimen han cometido para ser condenados a soportar tales condiciones. ¿Qué han hecho para ser castigados con el abandono? Desgraciadamente, constatamos que ellos no son culpables de nada, no han cometido ninguna infracción, no han causado ningún mal. Han sido sus dueños los que han decidido mandarlos al exilio más cruel que existe, el exilio sin retorno.

Según la Fundación Affinity, cada día se abandonan en España 700 animales, más de doscientos cincuenta mil al año. Pero la cuestión no es simple, porque la problemática va más allá del ámbito de las mascotas y guarda una estrecha relación con la crisis que atraviesan la familia y la sociedad. Según los indicadores de la Unión Europea, más de 40.000 niños no pueden estar con sus padres en España y viven bajo la protección de la administración en centros residenciales (21.000) o en familias de acogida (19.500). Las cifras de abandono escolar son espeluznantes. Más de 100.000 niños en España no tienen acceso a la Educación Primaria, lo que supone un 2,7% de los menores. En el caso de los jóvenes, la tasa asciende al 3,2%. Estos datos constan en el informe de la UNESCO titulado «Reimaginar juntos nuestros futuros», redactado por Noah Sobe.

Con estos datos estadísticos en la mesa nos vemos obligados a analizar el abandono de mascotas desde una perspectiva más amplia y profunda, lo que Inés de Cervantes llama la cultura del abandono. Es la peor consecuencia del hábito de usar y tirar, llegar a hacerlo con seres vivos. Y esto que sirva de llamado también para determinados sectores empresariales que se sirven de mano de obra y clientela cautivas. Digámoslo bien claro, los seres vivos no son cosas, no pueden usarse y tirar. Esto va en contra de la dignidad. Desde que en el año 1992 la Constitución Federal de Suiza reconoció como un derecho fundamental la dignidad de las criaturas vivas, la dignidad de los animales se constituyó en una realidad jurídica y legal.

Tenemos que seguir trabajando para no perder la dimensión moral de la dignidad, porque es lo único que nos permite vivir de pie. No podemos perder la sensibilidad moral, la percepción de la vida como un algo sagrado que no puede venderse ni comprarse, ni regalarse ni servirse de ella como un mero instrumento. Digamos NO al abandono. Digamos SÍ a la fraternidad.