El pesimismo remite

Antonio Papell

Antonio Papell

Las rigideces y distorsiones derivadas de la crisis sanitaria causada por la covid-19 en todo el mundo provocaron un proceso inflacionista que puso en cuestión la continuidad de las recetas expansivas que se habían aplicado para recuperar el ritmo de crecimiento económico y que, al estallar la guerra de Ucrania, pronto se convirtió en estanflación, una crisis de oferta estimulada por las dificultades de abastecimiento energético de la dependiente Europa (de una Europa, encabezada por Alemania, que nunca previó que Rusia pudiera dejar de ser un proveedor confiable).

A mediados de octubre, la última encuesta de Bloomberg Economics aseguraba que la probabilidad de que los Estados Unidos sufrieran una recesión significativa en los siguientes 12 meses era ya del 100 × 100, según las nuevas proyecciones de los modelos estadísticos que maneja la compañía. En realidad, Norteamérica ya había sufrido una recesión técnica de ínfima cuantía al haber experimentado un retroceso del PIB del 0,4 % en el primer trimestre del año y del 0,1 % en el segundo (se denomina recesión al retroceso del crecimiento del PIB durante dos trimestres consecutivos). Pero, contra pronóstico, el crecimiento del tercer trimestre fue el 0,7% superior al mes anterior, es decir, un 2,9% mayor que en el tercer trimestre de 2021, con lo que no solo no cesaba la recesión técnica sino también los malos presagios con respecto al futuro: el aparente milagro ha sido posible por una mejora de las exportaciones y del gasto de los consumidores, así como de la inversión no residencial y del gasto público, tanto federal como local, que compensaron en parte la reducción de la inversión residencial.

En el caso español, el Banco de España lanzó a la vuelta del verano la posibilidad de una recesión en nuestro país a finales de año; el 1 de diciembre, la última revisión de las previsiones del BdeE decía textualmente: «Se revisa moderadamente al alza la previsión de crecimiento del PIB hasta el 4,6% en 2022 y el 1,2% en 2023. La economía resiste mejor de lo esperado y se reduce la probabilidad de recesión. La actividad ganará tracción a medida que se ejecuten los fondos NGEU (Next Generation) y se disipen las incertidumbres, y crecerá el 3,4% en 2024». El gobernador Hernández de Cos echaba así un jarro de agua fría sobre las pretensiones de la oposición conservadora, que critica en vano la marcha de la economía. Porque, además, el informe contenía otras rotundidades: «La moderación de la inflación continuará, y no parece que haya problemas en el suministro de gas. Empresas y familias se encuentran mejor preparadas para afrontar un entorno de mayor volatilidad. No se observan desequilibrios en los sectores económicos».

Es vidente que el desarrollo económico de todo el mundo globalizado dependerá a corto y medio plazo de la evolución de la guerra de Ucrania, pero también lo es que el enquistamiento de las hostilidades va aminorando los efectos secundarios una vez que el resto del mundo ha reorganizado sus circuitos comerciales, sus provisiones y abastecimientos, etc. El mercado energético sigue dependiendo de Rusia en un margen todavía demasiado alto, pero Moscú sabe que si rompiera el suministro entraría en una insostenible indigencia económica. Por consiguiente, llegados al punto actual, la cada vez mayor autosuficiencia energética de los clientes de Rusia es un factor que impulsa al Kremlin a resolver la guerra más pronto que tarde, ya que el desgaste de la nada boyante economía de Putin ha llegado a límites alarmantes.

En el punto actual, en que los indicadores económicos principales de crecimiento, de empleo, de precios, etc. inspiran confianza, tanto en la UE como en España, es muy importante que el BCE acierte en su política monetaria, ya que tan indeseable sería que la inflación no siguiera frenándose como que la actividad por la subida de tipos de interés nos arrastrara hacia una recesión hoy por hoy francamente evitable.

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