Pensamientos

Odiar o amar a Carles Puigdemont

Felipe Armendáriz

Felipe Armendáriz

Odio a Carles Puigdemont i Casamajó. Sé que no es cristiano, pero lo odio. También podría amarlo, más no es el caso.

Me considero una persona templada, tolerante y caritativa, aunque en este supuesto las emociones me vencen. Para tranquilizar mi conciencia me convenzo de que mi animadversión es puramente intelectual: no hay nada personal, no le deseo ningún mal.

La raíz de mi odio es que yo soy español. Yo podría haber nacido en Norteamérica. Mi abuelo paterno (también llamado Felipe Armendáriz) fue un emigrante navarro a Estados Unidos, hace ahora un siglo. Allí empezó de pastor y, no sé cómo, hizo una pequeña fortuna. Regresó a España, pero podía haberse asentado en su tierra de acogida. En ese supuesto yo ahora no podría ni ver a Donald Trump.

El caso es que nací español y no me gusta que ataquen a mi patria. Quizás por puros mecanismos de autodefensa el ser humano se siente muy vinculado a su tribu, que va unida a su lugar de nacimiento o de residencia. Nos ata hasta las entrañas nuestra tierra; sufrimos mucho más con las desgracias más próximas, al tiempo que nos alegramos más profundamente con las cosas positivas de nuestra comunidad. Sé que no es racional ese sentimiento y que el modelo ideal pasaría por aplicar el concepto de ciudadanos del mundo o el humilde mandamiento católico de amar al prójimo.

La fobia a los políticos contrarios a nuestra ideología está muy extendida, especialmente si se es radical, ya sea de izquierdas o de derechas. Por eso me remuerde mi relación con el exalcalde de Girona y compañero de profesión.

Puigdemont declaró falsariamente la independencia de Catalunya el 27 de octubre de 2017. Sin ordenar arriar la bandera española del Palau de la Generalitat, huyó del país oculto en el maletero de un coche. No dio la cara, como sí hicieron otros compañeros de asonada, que no se fugaron. A esos, especialmente a Oriol Junqueras, no los repudio. Fueron valientes, al contrario del por entonces president de la Generalitat.

Desde muy joven he vivido rodeado de independentistas, una postura muy legítima, siempre que se acate la Constitución y no se emplee la violencia para materializar la separación. Tengo familiares, amigos, vecinos y compañeros que no se sienten españoles. No pasa nada.

A Puigdemont también se le pude amar. De hecho cientos de miles de personas le han votado en los procesos electorales a los que ha concurrido desde 2017. El experiodista es un inteligente gurú para un amplio sector independentista de Catalunya y ostenta el mando supremo en Junts per Catalunya, el partido heredero de la corrupta Convergència Democràtica de Catalunya.

El autoproclamado president del Consell de la República es un activista con suerte. Dos veces ha sido arrestado (en Alemania y Cerdeña) por ser un fugitivo de la justicia española. En ambas ocasiones ha salido airoso y ha aprovechado las detenciones para agredir más a España. Mi inquina hacia Puigdemont nace también por la cruda realidad de que todavía no ha sido juzgado por su temeraria conducta.

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