Periodismo y literatura

José Carlos Llop

José Carlos Llop

Han tenido que darle el Nóbel a Annie Ernaux y convertir los Diarios de Chirbes en algo así como un bestseller en su género —ni ella me interesa y de él, algunas de sus novelas, no su cuarto de baño— para que la llamada literatura del yo deje de tildarse de escritura narcisista y otras memeces varias. El yo en un escritor sólo es un espacio donde ocurre la literatura —cansado está uno de repetirlo—, no una vulgar idolatría de sí mismo, como ocurría en otros ámbitos y ahora —¡socorro!— en todos. Tal vez por eso —por ocurrir ahí donde mires— el yo ha invadido también el periodismo y suele usarse como una demostración del ‘yo sé lo que vosotros no sabéis’ y a ver quién es el más guapo y conoce la anécdota más sabrosa o es la pluma más poderosa.

Pero en el periodismo también hay un yo educado y es el del que sólo dice que pasaba por ahí y nos lo cuenta. No que estuvo —apréciese la diferencia entre protagonismo y testimonio— sino que pasaba. Es el caso de Sergio Vila-Sanjuan, de quien se podrá argumentar que es su formación en Historia la que le ha dado una capacidad de distanciamiento y un don, digamos, objetivo, que la mayoría —encantados consigo mismos— desconocen. Pero hay otra cuestión más importante para eso y en su caso se llama tradición familiar. Vila-Sanjuan es descendiente y heredero de una familia de periodistas cultos que en la postguerra y años posteriores hicieron con sus artículos y reportajes en prensa y radio la vida más colorista, más cosmopolita y más entretenida de lo que era entonces, demasiado teñida por el adjetivo civil. Y sobre todo, contribuyeron a entroncarla con una parte del pasado que parecía escondida tras los Pirineos.

En todos los años que lleva de periodismo, Sergio Vila-Sanjuan ha escrito y hablado sobre los demás, no sobre sí mismo. Ni siquiera en su penúltimo libro, titulado Por qué soy monárquico, lo ha hecho, convirtiendo sus páginas en una respetuosa memoria familiar mezclada con una impecable meditación sobre la corona en España. Vila-Sanjuán —autor, entre ensayos y novelas, de una biografía mallorquina: El joven Porcel— acaba de publicar Vargas Llosa sube al escenario y que el título no nos engañe porque no es una monografía sobre el nobel limeño y lleva un subtítulo aclaratorio: ‘y otros perfiles de escritores y artistas de los que he aprendido’. Y esta primera persona del singular que aparece en el subtítulo se diluye en su interior entre retratos, encuentros y entrevistas de una larga y variada lista de autores: de Margaret Atwood a Miquel Barceló —fue Vila-Sanjuán el primero en dedicarle un libro en España—; de Javier Cercas al revolucionario Regis Debray y su hija Laurence, tan juancarlista; de Pauline Dreyfus —una de las nuevas escritoras que más me interesan (y disculpen la intromisión)— a Marc Fumaroli y Jaume Vallcorba; de García Márquez a Ava Gardner (y ahí está también la memoria familiar); de Kapuscinski a Kundera (o las mejores Ks después de Kafka); de Bioy Casares a Arturo Pérez-Reverte, una amistad compartida; de Martín de Riquer a Joan Sales; de Susan Sontag a Vargas Llosa y así hasta llegar casi al centenar, trazando un ramaje bajo el que Vila-Sanjuán se ha formado mientras escribía en La Vanguardia y dirigía —dirige— su suplemento Culturas. Vargas Llosa sube al escenario o la memoria del periodista cultural, allí donde el yo se diluye entre sus maestros.

No sé si es cierta la leyenda que corre por ahí —corroborada en más de una ocasión si se repasan las dobles páginas de Culturas— de que Sergio Vila-Sanjuán tiene el don de convertir una novela en bestseller. La cuestión es que esta madrugada —y hablo en serio— he soñado con él. Escribo esto a primera hora del sábado y aún recuerdo el sueño con nitidez (y no era un sueño luminoso). Paseábamos Sergio y yo por un ancho pasillo aeroportuario —ninguna maleta en las manos— y mientras charlábamos me decía, entre otras cosas, quién iba a ser el próximo premio Reina Sofía de Poesía. El nombre era el de una mujer y esa mujer es española. No diré su nombre: que fuera una mujer no me ha extrañado porque si repasan los premios institucionales de los últimos años ellas ganan por aplastante mayoría. Que fuera española más, porque este año lo fue —española, digo— y como el premio es a la poesía iberoamericana, el próximo corresponde a un/a poeta americano/a. Si mi acompañante en el sueño hubiera sido otro, le hubiera discutido. Tratándose de Vila-Sanjuán —que siempre sabe más de lo que dice— no lo he hecho y hemos seguido nuestro paseo como si aquello fuera el aeródromo del final de Casablanca.

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