Una ibicenca fuera de Ibiza

‘Atarimae’

Pilar Ruiz Costa

Pilar Ruiz Costa

Entre los goles y barbaries acontecidos en Catar se ha colado una noticia que ha llamado mucho la atención: los aficionados japoneses que recogían la basura —incluso ajena— en las gradas después de que su equipo venciera a Alemania por 2 a 1. No fue la euforia por la victoria o la ausencia de cerveza con la que celebrar en el estadio. Al ser preguntados por la prensa, respondieron: «Atarimae».

Tampoco era la primera ocasión en que los paisanos de Marie Kondoasombraban al mundo, pero la noticia es que sigue siendo noticia que unos ciudadanos muestren buena educación.

«Nuestro corazón está limpio, por lo que las gradas deben estar limpias también. Esto significa que el equipo llega a su destino», explicaba un forofo nipón entre rastros de basura y de poesía.

«Limpiamos porque eso es lo que nos enseñaron en casa y en la escuela», se encogía de hombros otro más práctico.

Otro fan lo expresaba así a las cámaras de televisión: «Aprendimos que dejar las cosas más limpias de como las encontramos es atarimae».

Y aunque me gustaría hablar de un significado oculto, casi místico de la palabra, la belleza nos espera en las formas más simples: Atarimae significa obvio. Atarimae quiere decir que es lo natural. Por muchos aficionados a los que pregunten, la traducción viene a ser, «¿que limpiamos? ¡Por supuesto!». Y si nos choca es porque la respuesta más extendida en el mundo sería más bien un «ya lo hará otro».

Porque si limpiar ha alcanzado su cultura futbolística, es porque es parte de la cultura japonesa. Limpiar forma parte de las estructuras educativas como las matemáticas. Niños y profesores se reparten la limpieza diaria de las aulas y las zonas comunes, incluidos los baños. Es decir: aprenden a ser responsables de lo que es suyo, de lo que es de todos. Transversalmente, de arriba abajo como muestran los otros titulares y elogios que se han compartido incluso desde la cuenta oficial de Twitter la FIFA: «La selección de fútbol de Japón dejó su vestuario en el Estadio Internacional Khalifa así. Impecable. Domo Arigato (en japonés, muchas gracias)». Acompañando la fotografía de un espacio reluciente, con el suelo barrido y las botellas de agua sin utilizar perfectamente colocadas junto a una alta pila de toallas dobladas.

En un mundo donde los futbolistas siguen siendo el espejo en el que se miran los niños, ojalá cunda el ejemplo. Según los datos de la XV encuesta de Adecco, ¿Qué quieres ser de mayor?, un 25,1% de los niños españoles —uno de cada cuatro— sueña con ser futbolista. Por primera vez también es la profesión favorita para un 7,1% de las niñas. Un 6% de los unos y las otras aspiran a ser youtubers. Miren la importancia que tienen estos influencers cívicos. Un ejemplo automático lo tenemos en los hinchas marroquíes que emulando a los japoneses empezaron a limpiar sus gradas tras el partido de su selección. Los australianos se pusieron a limpiar las afueras del estadio.

Pero, si dejar las cosas limpias no fuera lo suficientemente impresionante, aún hay otro detalle digno de admiración: el equipo japonés dejó en el vestuario 11 grullas de origami junto a una nota en árabe: «Con gratitud. Japón».

Y más allá de que la grulla represente la buena fortuna y la longevidad, por encima de todo, para los japoneses, es un símbolo de esperanza que, ahora sí, viene acompañado de una bella palabra: Senbazuru o las mil grullas de origami. Una antigua leyenda japonesa promete que cualquiera que haga mil grullas de papel cumplirá un deseo o será recompensado con una larga vida. Esta hermosa creencia trascendió gracias a Sadako Sasami, una de los muchos hibakusha (o supervivientes de los bombardeos nucleares a civiles en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 por parte de las fuerzas aéreas de Estados Unidos). Tenía dos años cuando el ataque a Hiroshima la lanzó por la ventana de su casa. Su madre se sorprendió de encontrarla ilesa. Ni siquiera le había afectado la lluvia radiactiva. O eso creía. Pero a los doce años le detectaron leucemia, también llamada «la enfermedad de la bomba atómica». En el hospital, otra niña hibakusha le contó la leyenda de Senbazuru y le enseñó a convertir un cuadrado de papel en un deseo. Sadako, puestos a pedir, pidió no solo su curación, sino la de todos los niños del mundo afectados por la guerra, pero también una paz que durara siempre. La muerte le alcanzó cuando llevaba 644 grullas y fueron sus compañeras de escuela las de completar las 1.000 y las enterraron con ella.

Su estatua sosteniendo una grulla de papel está en el Parque de la Paz de Hiroshima junto a una placa: «Este es nuestro llanto, esta es nuestra plegaria: para construir la paz en el mundo», y cada 6 de agosto, se llena de miles de grullas de papel llegadas de todos los rincones del mundo porque ¡quién sabe si en vez de mil son mil millones! Quizá algún día alcancemos, sin saberlo, el número exacto y se logre la paz en todo el mundo. Eso… también sería atarimae.

@otropostdata

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