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Irene Montero.EFE

HOJA DE CALENDARIO

Antonio Papell

Insultos

La refinada democracia parlamentaria que existe en España y en los países de nuestro entorno es un gran espacio de libertad en el que rigen muy pocas pero muy relevantes reglas de juego cuya vulneración puede arruinar los sistemas, por sólidos que sean. La principal de ellas es el gobierno de la mayoría con respeto a las minorías. La segunda –last but not least-, el imperio de la ley, por lo que los cambios habrán de conseguirse mediante reformas constitucionalmente tasadas y no a través de rupturas. Y la tercera, que, puesto que los problemas tienen más de una solución posible, la mejor de ellas ha de conseguirse mediante el diálogo y la negociación.

Sucede sin embargo que el diálogo y la negociación son imposibles cuando los argumentos se sustituyen por insultos. En uno de los zappings que todos hacemos para tomar el pulso de la radio o de la televisión, este articulista ha escuchado a un famoso opinador, que es además dueño de su emisora de radio, explicar enfáticamente que con Sánchez no hay que argumentar: hay que insultarle directamente. Y los adeptos de este ciudadano aplicaron el cuento a Irene Montero, sustituyendo la discrepancia por el repugnante ataque personal.

En democracia rige también la tolerancia, aunque con rigurosos limites porque no se puede ser tolerante con quienes incumplen las citadas reglas de convivencia. Por ello, tendremos que rescatar la figura de la injuria, que marcar límites al insulto disolvente, aunque para ello haga falta reformar otra vez el Código Penal para dar contenido disuasorio a unas penas que en la actualidad son poco relevantes.

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