Las mujeres sufrimos variadísimas formas de violencias, desde el asesinato puro y duro hasta una de las más importantes por su trascendencia, la que se denomina violencia simbólica. Señalo dos de las formas de ejercerla contra nosotras: una ha sido, sencillamente, hacernos desaparecer de la esfera de lo público. Durante siglos y siglos, no existíamos más allá de parir y ocuparnos de lo doméstico y de los cuidados, sin el más mínimo reconocimiento. Numerosas mujeres de gran valía y que han contribuido a la mejora de la Humanidad no entraban en los libros, no se las reconocía, o se las «hacía olvidar» en cuanto morían. Solo a partir de la tenaz labor de investigación de historiadoras feministas hemos podido ir reconstruyendo nuestra genealogía.

Otra forma ha sido a través del lenguaje, ocultadas en el llamado «masculino genérico». En los últimos tiempos, hemos lanzado una campaña a gran escala para no utilizar el genérico ‘hombre’ como forma de designar al género humano, y poder nombrarnos. Ya se dice con cierta naturalidad «hombres y mujeres», «ciudadanas y ciudadanos», «trabajadores y trabajadoras», etc, primando la justicia a la economía del lenguaje.

Pero, cuando pensábamos que ya habíamos superado las reticencias de quienes nos acusan de alargar innecesariamente los textos y discursos, ha estallado una nueva complicación. Nos referimos a las propuestas de nombrar de una manera determinada para englobar a mujeres cis y hombres trans, por ejemplo, con términos como «personas menstruantes», o «personas gestantes» puesto que las mujeres que han transitado a hombre y que son hombres trans, si no están bloqueados hormonalmente, tienen menstruación y pueden gestar.

Una serie de entidades, organizaciones e instituciones están apoyando esta nueva terminología, incluso era una de las propuestas que recogía la Constitución chilena, que ha sido rechazada recientemente en referéndum.

El problema es que toda la lucha de siglos de las mujeres por nuestros derechos sexuales y reproductivos y que aún es caballo de batalla en numerosos países, vuelven a quedar difuminados, en la sombra.

Curiosamente, nadie ha propuesto emplear el término «personas eyaculantes» para englobar a los hombres cis y a las mujeres trans, hombres que han transitado a mujeres y que, si no se ha habido operación quirúrgica y mantienen el pene, obviamente eyaculan. Si os preguntáis el porqué, la respuesta es obvia, porque esto es el patriarcado, amigas, y los hombres nunca, jamás, permitirían ser invisibilizados como tales.

¿Por qué las mujeres cis sí? ¿Cuál es el problema para que ahora vayamos en dirección contraria y no poder decir mujeres cis y hombres trans cuando hablemos de la gestación o menstruación, y así visibilizar a todo el mundo?

Es imprescindible y de justicia el reconocimiento social de las mujeres cis y los hombres y mujeres trans, pues hemos sido históricamente muy violentadxs, invisibilizadxs y discriminadxs; unas y otros nos merecemos amparo legal y ver reconocidos nuestros derechos, pero hay que conseguir, con inteligencia, complicidad y generosidad, que no colisionen unos con otros. El adversario no somos nosotras, es el sistema patriarcal que goza con este enfrentamiento que está laminando al movimiento feminista en la actualidad, no así al movimiento LGTBI.

Nombrémonos como corresponde a todos y a todas, somos mujeres cis y hombres trans, hombres cis y mujeres trans. Todo lo demás es violencia contra las mujeres (cis).