Los ataques que viene sufriendo en ambas cámaras la ministra de Igualdad, Irene Montero, alcanzaron este miércoles la línea roja de la mala educación, del desprecio alevoso, de la dignidad de las personas, y el Congreso y el Senado, y la sociedad, han de exigir ya que esta intolerable intromisión en el honor de otro se acabe, se anule, se repudie. Nada lo avala, ninguna ley lo sostiene, así que esa palabra ilegal que ahora está usada por señorías que no merecen este apelativo ha de ser erradicada de las Cámaras. Y de la sociedad. El insulto en las Cortes equivale al insulto en la calle, y de un lado a otro de esos límites se está situando ahora la conversación española, entre el fuego y la porquería.

El origen de todo esto no es tan solo la ley que se discute. Es la mala educación, que circula como veneno y se instala en la voz de quienes han sido elegidos para defender ideas, no para insultar las ideas de los otros. Que se permita, en ambas cámaras, que los insultadores se vayan del escaño o de la tribuna como si lo que han hecho, insultando a la ministra, presente o ausente, formara parte de la identidad de las cámaras, de la discusión abierta que debe ser el objetivo de todo parlamento, es consecuencia de un malentendido que se llama libertad de expresión.

La libertad de expresión no es la libertad de insulto, es la discusión ordenada y libre de las ideas de quienes las pronuncian y de las respuestas de los adversarios. Es Vox, sobre todo, el partido que alimenta este desmadre. Aunque a Vox los asisten palmeros, mediáticos o parlamentarios, que han hecho, en este caso, de la citada ministra su diana. Esa organización política, que se envuelve en el patriotismo para minar el prestigio de las personas que están en un lado muy distinto de sus ideas, está convirtiendo las cámaras en un barrizal, ayudados por aprovechados que, en el uso de la palabra, utilizan sus escaños para ver la viga en el ojo ajeno cuando a ellos los ciega el insulto que habita en el odio que expresan.

El Parlamento está en peligro de ignición, los focos del fuego se reparten por ambos hemiciclos como si fuera el fin de un juego, y es en verdad el inicio de un proceso de degradación de las palabras cuyo fin puede ser un guirigay antidemocrático. Lamentablemente este juego peligroso está ahí desde antiguo. Es preciso imponer la buena educación, una interpretación radical de los límites a los que se debe someter la libertad de expresión parlamentaria.

Los insultos que sufre la ministra Montero no son el único veneno que afecta a la conversación nacional. Ese veneno circula por los medios, por las redes, se instala en la vida cotidiana, se ejercita casi jugando y ahora es lamentable patrimonio civil de entidades que están ahí precisamente para impedir el insulto. El insulto es una baba predemocrática; que esté ahí, como parte principal de lo que se dice, es una vergüenza para un país que ya sufrió las consecuencias del ejercicio ruin de los deslenguados.

Paren ya este incendio