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Antonio Papell

La desglobalización y el clima

La cumbre sobre el cambio climático COP27 se celebró en Sharm el-Sheij, Egipto. Mohamed Abd El Ghany

Era previsible –y así lo dijimos algunos- que la COP27 tendría escasos frutos, ya que la situación del planeta, con la guerra de Ucrania en pleno fragor y Rusia encareciendo los mercados energéticos (actitud de la que se están aprovechando indecentemente los demás países del oligopolio, como Arabia Saudí), impide realizar previsiones medioambientales siquiera a medio plazo y fija unos órdenes de preferencias sobre lo inminente que dejan muy al margen la preocupación por el cambio climático.

Uno de los grandes expertos económicos que se ocupan de estas cuestiones, el indio Raghuram G. Rajan, antiguo gobernador del Banco de la Reserva de India y actualmente profesor de Finanzas en la Universidad de Chicago, ha publicado mientras se celebraba la conferencia egipcia un trabajo titulado La desglobalización es una amenaza climática, en la que recuerda que hay tres categorías de acción climática: mitigación (reducción de emisiones), adaptación (toma de medidas) y migración a lugares con mejores condiciones climáticas (que deberán hacer quienes sufran un agravamiento de las malas condiciones de vida causadas por el recalentamiento global). Y afirma el articulista: «Se necesitan nuevos acuerdos internacionales para gestionar cada uno de estos problemas. Pero las crecientes rivalidades geopolíticas dificultarán los acuerdos de mitigación. ¿Cómo pueden China y Estados Unidos acordar recortes de emisiones significativos cuando ambos sospechan que la principal prioridad del otro es asegurarse una ventaja económica y, por lo tanto, estratégica?». En definitiva, es claro que «los acuerdos serán más fáciles de alcanzar y hacer cumplir en un mundo que no se haya fragmentado económicamente».

De este análisis y de otros que lo están acompañando se desprende una cruda realidad que hay que enunciar sin demora: la lucha contra el cambio climático no será posible si sigue avanzando la desglobalización, es decir, si se sigue recorriendo el camino inverso al que nos condujo a una creciente globalización, basada en el comercio y en la especialización, en la cooperación en pro de la innovación y sustentada sobre nuevas y potentes economías de escala.

La desglobalización sembrará inevitablemente de desconfianza el avance hacia la mitigación. Si no existe la confianza y la accesibilidad mutua entre los actores, si se reducen los intercambios que unifican el tejido económico, será muy difícil que los distintos sectores productivos accedan a encarecer sus procesos a requerimiento de sus competidores, que se aprovecharían de ello.

Asimismo, la desglobalización afectará al crecimiento, poniendo trabas a un desarrollo basado en la descarbonización, que supone la construcción de generadores de energías renovables y requiere avances tecnológicos en el almacenamiento de energía mediante baterías que necesitan materias primas escasas y poco accesibles.

La desglobalización nos introduciría además en un círculo vicioso muy perverso: los retrasos en la mitigación afectarán primero a los países menos desarrollados, que dependen de sus cultivos agrarios para la mera supervivencia. En un primer momento, los efectos del recalentamiento sobre la agricultura podrían ser paliados mediante tecnología, a la el primer mundo tendrá que darles acceso. Porque el siguiente paso en la formación de este gradual apocalipsis será la emigración masiva del sur hacia el norte, en busca de climas habitables. La presión demográfica de los «refugiados climáticos» será indetenible porque esta corriente migratoria ya no será para conseguir mejores condiciones de vida, como sucede ahora, sino para sobrevivir pura y simplemente. No habrá barrera capaz de oponerse a esta movilización masiva.

En realidad, la gravedad de la amenaza debería ser suficiente para que el problema pasara a ser la principal preocupación de todos, máxime cuando los comportamientos meteorológicos están forzando el reconocimiento de esta realidad sobre la que ya no tiene sentido mantener escepticismo alguno. En estas circunstancias, conflictos como el que ha desencadenado Rusia, que interrumpen la globalización e impiden progresar en la mitigación y en las actuaciones conexas, tienen un componente criminógeno adicional, como es el de interrumpir el posicionamiento colectivo de la humanidad ante un problema natural que nos concierne a todos y que influirá muy directamente en la calidad de vida de las generaciones futuras.

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