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Agnès Marquès

La metavida

Un anuncio a toda página reza: «Puede que el metaverso sea virtual, pero su impacto será real». Interfiere en mi lectura Tamara Falcó con eso de que aunque hubiera sido un nanosegundo en el metaverso no iba a perdonarle ese beso a su ya exnovio. Intento concentrarme de nuevo en el anuncio, aunque todo va de lo mismo: sobre el impacto real de una experiencia virtual.

Me meto en la página web y viajo a una sesión de filosofía en la acrópolis de Atenas, al lado de un corrillo de personajes inmersos en sus diatribas, uno de los cuales, asegura la máquina, es Sócrates. En el metaverso puedes llegar a ser un discípulo más, casi tocar a Sócrates a 2.500 años de distancia, codo con codo con Platón, y volver al origen de un problema crucial y no resuelto hasta hoy: la ética.

Qué disgusto se llevaría si, además de hacer ese viaje virtual, pudiéramos alterar esa realidad y decirle al oído que el problema es irresoluble. Por suerte, no, aunque si tan real nos va a parecer la experiencia del metaverso, ojo con lo que nuestro cerebro hace con el murito que nos ayuda a entender y separar lo real de lo no real (inventado, virtual o ficcionado).

Impacto psicológico real. El metaverso promete la vida, la suerte, el dinero y el amor que no nos ha dado la vida real, la de carne y hueso. Hasta ahora, la única. Si siempre quisiste ir a LA, dejar un día esta ciudad, deja de lamentarte pues en el metaverso vas a poder ser quien te dé la auténtica gana. Hasta tener líos, querida Tamara. Pero también todos los peligros, porque me temo que virtualmente vamos a ser igual de mezquinos, como lo vivió una mujer, el avatar de la cual fue agredida sexualmente en el metaverso ideado por Zuckerberg, Horizon Worlds.

Como reza el anuncio, su experiencia virtual tristemente tuvo un impacto psicológico real para ella. Qué metavida, amigos, encontrar la misma miseria.

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