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Para tomar nota

El expresident catalán Pasqual Maragall en una imagen de archivo. EFE

En una conferencia en Figueres, noviembre de 1986, Pasqual Maragall aseguraba que el País podía volver a crecer al salir de la crisis correspondiente, refiriéndose al Ampurdán. Tenía clara la receta, definir la vía de crecimiento pues situaba al público ante dos caminos antagónicos. Salir por la vía especulativa: modelo Benidorm o hacerlo en sentido contrario: modelo la Toscana, «per una comarca densa, però equilibrada». El dominio rentista y de especulación urbanística o el modelo de los constructores, sí, «en sentit positiu de la paraula» según el político socialista catalán de los constructores de País, de los empresarios que no quieren rentas, los creadores de riqueza que suelen querer beneficios «que és una cosa molt diferent».

La militancia ampurdanesa de Maragall viene por su residencia y por vía intelectual a través de su abuelo. Llegó con su compañera Diana, a finales de los setenta, a Rupià para comprar un pequeño más abandonado en un hermoso rincón que cuando suben desde Barcelona en coche, después del largo camino, les da la bienvenida con el mar al fondo y en él asomado el irrepetible perfil de las Medes.

Ha sido el político que más lo ha valorado. Puso en marcha el «Pla director de l’Empordà» que tan buenos resultados ha dado y ha llegado a ser un muy buen instrumento planificador del territorio. Para Pasqual Maragall y para mucha gente un motor del referente simbólico de tierra de libertad, de tradición republicana y federal. Los criterios se basaron en cuatro objetivos: (1) Reforzar la vertebración urbana de las comarcas de l’Alt i el Baix Empordà. (2) Proteger el paisaje como auténtico factor identitario y activo económico. (3) Limitar las segundas residencias de nueva planta. (4) Y fomentar las actividades económicas que favoreciesen el turismo pero que no se centrasen únicamente en la producción inmobiliaria.

Nunca se tuvo en cuenta de la figura de este político el papel importantísimo del legado de su abuelo, el poeta Joan Maragall. Tomó como punto de inicio un útil razonamiento del mismo: «Elogi de l´Empordà». Este reflexionaba que en su visión de la futura Europa «si només quedés l’Empordà…» y era en 1909 cuando su predecesor llega a afirmar que «arribarà el dia que més valdria als empordanesos anomenar-se així que no pas catalans». «Si Catalunya es quedés reduïda a l’Empordà, Catalunya podria tornar a existir; l’Empordà podría tornar a generar Catalunya». «Però el que gairebé sembla impossible és que Catalunya fos ella mateixa si l’Empordà ja no hi fos».

Tanto A. Machado como W. Benjamin retuvieron ese paisaje en su mirada antes de marchar. El abuelo poeta le susurraba al oído: «la veritat és al gra i no en l’espiga» y el nieto llegó a interpretar y decir en viva voz que cuando Europa fuese nuestra «patria grande» siempre quedaría el Ampurdán. Claro, el mismo Maragall que empezaba a vertebrar el nuevo proyecto de Partido Demócrata, un espacio socialdemócrata en el seno de la Unión, una macro formación para atajar mucho mejor la futura polarización que se avecinaba. Alrededor de la sombra que acechaba el futuro la clásica dicotomía iba a requerir de soluciones ajustadas a los nuevos tiempos. Este visionario conocía perfectamente que las broncas nacionalistas siempre acaban, cómo no, beneficiando las escaladas y carreras armamentísticas o con los misiles cayendo en casa del vecino.

En su modelo de plan territorial no se cansaba de repetir que la conservación del paisaje era un elemento identitario y de futuro que debía de llegar a mejorar la calidad de vida y el bienestar de sus ciudadanos. Algo tan sencillo como conciliar turismo y bienestar de tus paisanos. Casi nada.

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