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Antonio Papell

La ‘cultura woke’ y los espacios de libertad

El movimiento woke –este verbo inglés significa ‘despertar’— ha sido importado de los Estados Unidos, y esta denominación englobaría las actitudes de aquellos que impostan una preocupación especial por las minorías –incluidas las mujeres como colectivo más expuesto a la discriminación—, creando unos códigos de valores más atentos al interés legítimo de estos grupos que al interés general.

Es indudable que mantiene plena vigencia aquella definición clásica según la cual democracia es el gobierno de la mayoría con respeto a las minorías. También es incuestionable que la calidad de un régimen democrático se puede y se debe evaluar por el tratamiento que otorga a las minorías. Pero como casi siempre en esta clase de regímenes, la virtud está en un punto medio y no en los extremos. A este respecto, es recomendable una obra importante de Norberto Bobbio, La regla de la mayoría: límites y aporías (1998).

En efecto, la sensibilidad democrática se manifiesta en Occidente no solo en términos socioeconómicos —desde que descubrimos que lo importante no estar arriba o abajo en la escala social sino encontrarse dentro o fuera del sistema, lo deseable es que todos los ciudadanos estén integrados en el sistema social— sino también ideológicos, de raza y de género.

Semejante preocupación basada en una ética generalmente radical tendente a fomentar la igualdad y a disuadir a los demás de cualquier discriminación genera riesgos, el más importante de los cuales es el olvido de las mayorías, del interés general, en favor de las minorías, junto a la criminalización de procederes y conductas que escapan de las pautas consideradas heterodoxas. En definitiva, la llamada ‘corrección política’, que ha ido adquiriendo carácter prescriptivo cada vez más riguroso, se habría elevado a posturas restrictivas y hasta censoras, impropias de un sistema de tolerancia y libertad y concomitantes con posturas autoritarias. Engarzaría en este punto la cultura woke con la cultura de la cancelación, ya que se postularía el aislamiento social, la anatema rigurosa, hacia aquellos que contravinieran las reglas subjetivas que tenemos establecidas con relación a la raza, a la religión o al género. El ostracismo a que están sometidos personajes del mundo del cine, del espectáculo o del arte por supuestos comportamientos machistas u homófobos es una clara muestra de esta denominada ‘cultura de la cancelación’, muy discutibles. Primero, porque la seducción entre adultos ha evolucionado sin cesar por épocas y espacios culturales; y segundo, porque en un sistema democrático no hay sanción sin juicio, ya que cualquier culpa que ocasione un castigo ha de ser probada ante un tribunal.

Hay espacios de libertad, como los ámbitos universitarios o artísticos, en que la cultura woke se sofistica y lleva a límites inaceptables porque se parte de nociones culturales que constituyen el bien y la verdad de forma rígida, en pos de un integrismo intransigente que no puede aceptarse en una sociedad culta en que la diversidad es ‘natural’ pero, evidentemente, no ‘obligatoria’. Y en que la tolerancia es, si cabe, más relevante que cualquier otro valor dogmático.

En nuestros países, y en España en particular, se ha avanzado con rapidez hacia un generalizado consenso que avanza sin cesar hacia la igualdad de géneros, el descarte de cualquier forma de racismo y la aceptación incondicional de la comunidad LGTBi. Prácticamente todos los partidos del arco parlamentario, con alguna duda en uno de sus extremos, han aceptado ya esta causa como propia. Como ha escrito Antoni Puigvert hace poco, «las imprescindibles luchas de dignificación y liberación de todos los perseguidos o maltratados por razones de raza, cultura, religión u opción sexual, son patrimonio común de las izquierdas, los liberales, los demócratas. Hasta los conservadores han hecho suyas estas batallas; y hay que celebrarlo. Pero la cultura woke quiere más: sospecha de todo y de todos, ve ataques de género por todas partes. Se irrita, moraliza, regaña. Exige censura. Cancela opiniones. Fomenta linchamientos. Abanderando el sentimiento de identidad de género, raza o cultura, dogmatiza en la universidad y pretende conformar a los niños a través del sistema educativo». Estos son los excesos que hay que evitar para que las sutilezas minoritarias no sea en realidad intolerables muestras de intransigencia.

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