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Felipe Armendariz

PENSAMIENTOS

Felipe Armendáriz

La justicia como insecticida del Mercadona

La política española se ha convertido en una lucha de espadachines, una comedia de capa y espada. A la menor ocasión, y sin que haya necesidad u oportunidad, se echa mano del hierro y se acomete con saña al adversario, al que no piensa como yo, o incluso al amigo o compañero.

Las espadas se han trocado, afortunadamente, en violencias verbales y en una lamentable epidemia: la judicialización de cualquier conducta, pensamiento o actitud que nos desagrade o incomode. Conozco bien los tribunales y sé, que, pese a los esfuerzos de honrados jueces y funcionarios, pocas veces solucionan de verdad los problemas. Y mucho menos lo hacen a tiempo y de manera eficaz.

Pero estamos borrachos de Código Penal y somos adictos a hacer nuevas leyes para criminalizar situaciones que -groseras, burdas, molestas, injustas, censurables…­- no son delito.

El Código Penal debe ser la ultima ratio, el arma postrera y más potente del Estado para defender el bien público, más se ha convertido en una suerte de insecticida del Mercadona.

Los ejemplos de esta fiebre persecutoria son numerosos. No hay día en que no tengamos una polémica, un caso, un malentendido, cualquier excusa para abrir diligencias previas. O llamar a la fiscalía con histerismo para que actúe, criminalice al transgresor y nos proporcione nuestra dosis diaria de droga de justicieros.

Para muestra un botón: la historia de los tres Josés ¿Qué tienen en común José Luis Martínez Almeida, alcalde de Madrid, José Millán Astray, fundador de la Legión y facineroso cómplice de Francisco Franco, y José Miguel Arenas Beltrán, alias Valtònyc?

Los tres son víctimas de este mal contemporáneo. Lejos de mí defender la figura del siniestro general mutilado: la historia lo juzgará, o lo ha juzgado ya. Tampoco el rapero mallorquín es santo de mi devoción, aunque su vida dé para una buena novela. Sobre el endeble regidor no me apetece pronunciarme.

El caso es que a Almeida lo quieren empapelar penalmente por hacer un reconocimiento público a Millán Astray en su calidad de fundador del Tercio de Extranjeros ¿Qué disparate es esto? Nos puede no gustar el sinuoso regidor del PP y podemos aborrecer al execrable militar, pero para eso no está el Código Penal.

Valtònyc ya ha sido juzgado, y condenado, por ese espíritu inquisidor contemporáneo. Fumigamos con la cárcel al rarito y bocazas de la tribu, pero éste se fuga y se convierte en un mártir. Se pasó con el Rey Juan Carlos, pero la realidad es que su majestad nos había chuleado durante décadas.

Hay que dejar que el público juzgue al cantante reconvertido en edecán de Carles Puigdemont y no la Audiencia Nacional.

Ignoro si el universitario mallorquín que hizo de tenor en la algarada del colegio mayor Elías Ahuja de Madrid se llama también José, pero dialécticamente le llamaremos Josep.

Ese mozarrón se cubrió de gloria en una penosa ceremonia de iniciación entre dos residencias universitarias, segregadas por sexos. Mucho se ha escrito del suceso, que de no haber sido grabado no habría trascendido. Censuremos al gañán, pero no gritemos «a mí la Justicia» contra él.

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