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Alex Volney

Mallorca en Josep Pla (2)

Mallorca en Josep Pla Lluc Martínez Berber

Pla conoce todas las tonalidades de la gleva. Las pinedas del Castillo de Bellver, en su mente, como verde cabecera cuando en otro viaje se hospeda en el Gran Hotel y pasea ya de nuevo por el Born. Y otra vez sube a Cort y esperando a su amigo felanitxer desde los vitrales del «Círculo mallorquín» permanece horas en la biblioteca observando el mar y más a poniente la fabulosa fortaleza que precede la Serra de na Burguesa. Critica al inquisidor Eimeric de Girona que tanto perjudicó a Ramon Llull. Tiene la Seu bien delante y ya es un joven autor que empieza a conocer la obra del doctor iluminado. Incluso la de Turmeda, pero sobre todo la de Joan Alcover, Costa i Llobera, G. Alomar, Miquel Dolç, a quién conoce tanto como a Llorenç Riber o a los franciscanos Ginard y Colom (Miquel) y al otro Colom, Guillem, a la también poetisa Salvà y no pasa por alto ni a Alcàntara Penya, ni al Arxiduc y mucho menos a Quadrado. Incluso no pasa por alto a Rosselló de Son Fortesa de quien resalta su escondida relevancia. Qué más dá si se motiva con el tren hacia Bunyola buscando «l’horitzó tancat», días más tarde se acerca a las recónditas Coves d’Artà. Pla en sus viajes devora la isla. Mallorca es como casa y nadie puede aclarar qué es más bonito l’Empordà o Mallorca. Él, tampoco.

«Nosaltres som fills de les legions romanes que desembarcaren a Empúries». Conoce bien la obra de Costa, lo tiene claro y se recrea «L’única força que tenim és l’individualisme». Miquel Dolç llega a la «Romanitat» por Costa i Llobera. Josep Pla llega a Moll por lo mismo, la romanidad que nos une en la lengua. Y después de la guerra, décadas más tarde, cuando toca el puerto, tanto si son horas como si no lo son, lo primero que hace es buscar al Sr. Francesc de Borja Moll. Alguna vez incluso a la hora de comer. La amistad y la cordialidad que se tienen simplemente lo sientan a la mesa y comerá con todos ellos en más de una ocasión. Del Sr. Moll, familia numerosa, conoció diferentes épocas. La del barrio antiguo en el carrer de Sant Sebastià y la de la plaza de España. Josep Pla incluso vive de cerca cuando se acercan al final del Diccionari Alcover- Moll, el noviembre de 1961, estuvo allí. Pla ha conocido diversas etapas y ya no frecuenta masones ni federalistas en Palma, le atraen el orden y la minuciosidad de Moll. En esos años cuando llega a Mallorca es a la persona que intenta ver antes que a nadie. En Ciutat Vella le agradó el ambiente y la atmósfera de trabajo continuo alrededor de las famosas «calaixeres». Años más tarde se trasladarán a un piso más grande y soleado (hoy almacenes Müller) cerca de la estátua del Rei en Jaume. Pla canviarà sus rutas por nuestra ciudad en función de sus amistades.

En los sesenta el autor de Palafrugell ya sentencia: «La Palma antiga ha desaparegut» aquella Palma inoblidable del poeta Alcover, de mossèn Alcover, de mossèn Costa, de l’impressionant Senyor Oliver, del pintor Gelabert, del periodista Pinya! - «Pla viene de la Catalunya Vella y no hace mucho que allí dieron corrido a los curas. En Mallorca todo lo contrario, de hecho un paisano suyo, lúgubre, como Atanasio es modelo de lo peor. Le fascina la «romanitat» de esa élite literaria, al que más respeta y admira es a Joan Alcover. Pero esas personalidades ya no existen y en el Estudi General Lul·lià los jóvenes intelectuales acuden por las tardes. «Moll dirigeix una deliciosa llibreria (Libros Mallorca) on hi ha la seva segona filla», Xisca Moll. Son los años que Pla discute con el Sr. Andreu Crespí pero también sigue en contacto con los miembros de la vieja guardia. Son los años que el autor de El Quadern gris va a cenar o a comer a la Llotja de Mar o en algún celler de los de Palma que puede que sean el de Montenegro o sobre todo el de Sa Premsa muy de camino y pasada a los nuevos tiempos y hábitos de sus últimas visitas a Ciutat. El celler Sa Premsa es frecuentado por muchos catalanes de la calle Oms. Algunos de ellos no hace tanto que han fundado el Hoquei Patines. El objetivo: «Menjar porcella amb esclata-sangs» y regar siempre con «una bona ampolla de Binissalem». Estamos ya en el otoño de 1961 y hay setas, muchas, el otoño trajo lluvia abundante. Es un año especial. Baltasar Porcel le hace saber a Sanchís Guarner que ha puesto en contacto al antiguo falangista Lorenzo Villalonga con el antiguo «comunista», luego católico converso, Joan Sales para la edición de Bearn, con estas palabras lo anuncia la prensa del momento. De la misma forma que anuncian que Guillem Frontera Pascual llega a redactor jefe de la revista de la OJE, Drach, dirigida por el falangista Antonio Pizá Ramón. La guerra lo ha sacudido todo de arriba a abajo. Lejos queda la Mallorca del joven Josep, viajero, saliendo a mediodía del hotel para sentarse en una terracita pequeña de Cort donde «em servien una ensaïmada i un cafè negre perfumat» «El cafè molt bo, l’aigua dolça del país el millorava, està demostrat que l’aigua dolça del litoral mediterrani el fa boníssim», son los años que la garrafa de cristal, intercambiable, de Binifaldó es novedad y por el grifo de mis abuelos en la calle Oms sale cristalina y con un sabor fabuloso. Con los años nos han intentado hacer creer que es la democracia la que nos ha llevado hasta el plástico. Nuestro genial literato es un gran consumidor de ese discurso. Cada vez que vuelve va encontrando cambios. Para él los cruceros seguramente tendrían esa misma causa.

Atrás quedaban las mañanas que el gran escritor esperaba a Joan Estelrich, leyendo la prensa, en la biblioteca del Círculo para luego ir a comer. Así eran los primeros años cuando leían los periódicos llegados con el correo de la mañana, los traía el vapor y a parte del olor de los libros el olor a puros llenaba el aire. Pla seguiría fascinado por las vistas desde la biblioteca, el panorama del mar, el castillo… En ese lugar parece ser que su amigo le había presentado al poeta Alcover. Un hombre metódico, rutinario. Entre Santa Clara y la lejana silueta del Galatzó parece que caminó con él en su primera visita, lo había leído a fondo y consultó mucho a terceros. No tuvieron tiempo de coincidir más.

En sus últimas visitas la ciudad de Palma comenzaba a disparar su crecimiento en los arrabales. El escritor ya no era el mismo que deambulaba inmerso en el silencio y en el eco de sus propios pasos por las calles antiguas con «aquella llum d’ensaïmada daurada que hi ha dins Palma gairebé tot l’any -si s’exceptua l’empastifament de la canícula». El de Llofriu se quedó con la grandiosa obra en prosa y en verso de Don Joan y afiló sus conclusiones: «el perill de la poesia catalana, el perill permanent, ha estat, és i serà el llenguatge clos, hermètic, separat, masturbat…» fue un seguidor atento y ferviente admirador de sus ideas estéticas. Lo comparó y tomó partido. No hay color. Para colores los de allí fuera. Tras los cristales de la fabulosa biblioteca el espectáculo de la salida de los barcos que unen con la península. Interesante liturgia. Hoy esas antiguas parroquias, las bibliotecas, se han ido vaciando, en todos los sentidos. Cada vez hay más apóstatas de la Literatura. ¿Somos pocos y cobardes? Es muy probable.

La pineda del Castillo de Bellver, desde lejos, se percibe enfermiza. Los cruceros eliminan de las calles el olor de saïm pasado por el fuego. Un buen café se ha puesto difícil. Mucho. Atento y ágil, ese monstruo nos lo había dejado perfectamente detallado, como un aviso, casi como una advertencia: «Els viatges, com a factor d’una formació humana, no han pas produït cap resultat general apreciable - no s’han pas fet notar gaire. Cert: han contribuït, sobretot, a augmentar la pedanteria i l’exhibicionisme dels homes i de les dones, cosa que no era pas gaire urgent de realitzar».

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