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Yolanda Román

Dejar las redes

Uno de los principales temas de conversación estos días en Twitter es Twitter. La sociedad contemporánea atrapada en su propia red. Muy hipermoderno. No deja de ser una manifestación de la felicidad paradójica de la sociedad del hiperconsumo de Lipovetsky. El hombre devorándose a sí mismo en una fiesta de la banalización total. Una especie de narcisismo digital deformado pero soberbio, en el máximo esplendor de su propia lógica de evasión y violencia.

Estos días mucha gente se plantea dejar esa red social ante la perspectiva de tener que pagar una cuota o ante los cambios anunciados -intuidos- que pueden afectar al funcionamiento de la plataforma tal y como la conocemos; tal y como se ha ido construyendo. Antes de esta última polémica, personas relevantes de la vida pública, del mundo de la política o la cultura, han cerrado sus perfiles en respuesta a la deriva de agresividad anónima -a veces no tan anónima- y cada vez más punzante de las redes, aunque no en todas con la misma intensidad, verbal o visual. Su decisión es comprensible y uno siente alivio por ellas. ¿Por qué someterse voluntariamente a esa exposición, una lapidación pública en toda regla?

Mucha gente se despide estos días; anuncia su marcha, temporal o definitiva, o amenaza con irse, sean o no importantes y le importe o no a alguien esa decisión (ya sabemos que las redes sociales si algo nos han dado es una falsa sensación de ser importantes). También hay algún personaje curioso que ha convertido su permanente ultimo día en Twitter en un peculiar ángel exterminador de la red social, en un divertido ejercicio de provocación y resistencia.

Lo cierto es que no es fácil dejar las redes sociales. Ya no es posible entender el mundo sin ellas. Nos informamos, nos relacionamos, nos enamoramos en las redes sociales. Compramos, vendemos y reclamamos; denunciamos, preguntamos, proponemos, nos movilizamos en las redes sociales. Insultamos, humillamos y escupimos en las redes sociales. Por supuesto, también compartimos, nos felicitamos y aplaudimos a otros en las redes sociales. Ninguna sorpresa; todo lo bueno y todo lo malo del ser humano, concentrado en 140 caracteres, hilos, reacciones y respuestas.

A veces resulta tentadora la idea de cerrar todas las cuentas. Exiliarse, desaparecer digitalmente. Ni Twitter, ni LinkedIn, ni Instagram, ni Tik Tok. Seguir con nuestras vidas al margen del ruido, la sobre-información, los zascas, las polémicas efímeras, los protagonistas de quita y pon. Pero no es fácil, ¿por qué? Debemos preguntarnos cuáles son las ventajas y los inconvenientes de las redes sociales para nuestro bienestar, la salud, el trabajo. Debemos hacer un ejercicio consciente de pros y contras que convierta la decisión de utilizar y permanecer en una red social en un acto voluntario y controlado, en una decisión propia, con un por qué claro, con un para qué cierto. Porque la herramienta está a nuestro servicio y eso, eso sí, nos hace importantes. Y nos convierte en sus verdaderos dueños.

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