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Carles Francino

El bien querer

«Ni tus labios son de mi boca, ni a ti nadie te toca, ni corazón partido, ni dime dónde has ido. Ni por ti mataría, ni para toda la vida, que un día sigue a otro día. Solo quiero que me quieras bien».

A veces la música puede llegar muy lejos y ser más útil que la mejor campaña institucional. Dani Carbonell, Macaco, ha escrito un tratado enciclopédico sobre el amor sano en forma de canción y la ha titulado Quiéreme bien. En sus versos pone en solfa los estereotipos tóxicos del amor romántico que han contaminado a tantas generaciones. Incluye la lista entera de tópicos: desde el «por ti me corto las venas» hasta «el amor es ciego», pasando por las nefastas medias naranjas, los cuentos de hadas o el supuesto derecho de propiedad que algunos hombres siguen pensando que tienen sobre sus parejas.

«Ni con acuse recibo, ni en un valle de lágrimas, ni me censuro, ni me prohíbo. Ni cállate, sube al coche, ni soy tuya por un anillo o un broche».

Ojalá el último disco de Macaco se convierta en superventas y ayude a que la legión de jóvenes -uno de cada cinco, según el último estudio del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud- que consideran la violencia de género un invento, al menos se lo piensen un poco. Por no hablar de cómo están replicando los comportamientos de dominio, abuso y sumisión en sus relaciones sentimentales.

Claro que nada de esto es casual. La contrarreforma reaccionaria que agita como grito de guerra el «Dios, patria y familia» se nutre del machismo y la misoginia, entre otros combustibles. En internet crecen como setas los espacios antifeministas, con mensajes que reivindican la defensa de los derechos supuestamente amenazados de los hombres. Creo que esta tropa, militante de la filosofía de El Fary y su «hombre blandengue», debe ser más partidaria de aquella otra canción de Trigo Limpio que en 1980 decía:

«Rómpeme, mátame, pero no me ignores. Tus manos son dos cadenas, mi placer y mi agonía; con una me das cariño, con la otra me dominas».

Han pasado más de 40 años, aunque a veces no lo parezca.

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