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Monti Galmés

La mosca

La mosca

Con el calor que hace estos días otoñales, el pasado domingo mi esposa y yo decidimos desayunar en la terraza. Después de preparar la mesa, conecté la emisora Amazing Blues, abrí el Diario de Mallorca y me senté relajado. Mi mujer después de todo este sencillo protocolo, lo segundo que me dijo fue, hay una mosca dando vueltas.

Este tipo de comentario, como quien podría decir, está nublado, es mucho más que una simple observación, hay que interpretar la frase como si fuera un deseo, o casi mejor diría como un desafío, o sea, la mosca molesta, hay que matarla. Por ello cerré cuidadosamente el periódico, doblándolo sobre la página de sucesos, lo sujeté con la mano derecha como si fuera un arma, y me concentré en silencio, en localizar a la indeseable mosca vulgar. Al momento el insecto se posó en la mesa junto al plato de la fruta recién cortada. Esta era mi oportunidad. Lentamente levanté el periódico y di un golpe con fuerza sobre el lugar mencionado rozando sin embargo el plato con la fruta, haciendo saltar por los aires parte de las rodajas de kiwi y de melón.

Después de este primer intento estaba decepcionado conmigo mismo pero convencido de que la mosca volvería, pues son unos insectos muy insistentes, no se asustan, saben que tienen los días contados por naturaleza y prefieren morir con su tripa llena. De repente la vi aterrizar y colocarse sobre el azúcar blanco de la ensaimada. Vaya, lo que faltaba, mal sitio para dar un golpe con la prensa matutina, por ello soplé con fuerza y ella cogió el vuelo de nuevo. Mientras tanto, yo me sentía observado con escepticismo, como si alguien fuera a decirme en cualquier momento, que no eres capaz de matar ni a una mosca.

El fastidioso insecto no tardó en regresar y se colocó precisamente en el borde de mi taza de café, en el lugar exacto donde antes mis labios habían saboreado la infusión. Vi sus alas transparentes e imaginé su trompa chupando el excitante liquido negro, o sea que la mosca se estaba bebiendo mi café. Súbitamente recordé que un compañero de viajes un día me había contado que para cazar una mosca hay que decidir con criterio y actuar rápido. Basándome en este sabio consejo resolví atraparla con un movimiento relámpago con la mano abierta para después aplastarla, pero hice el movimiento con tanta mala suerte que en lugar de pillarla rocé la taza con los dedos y el café se esparció por encima del mantel. Las alabanzas verbales a mi actuación no tardaron en llegar. En consecuencia, empecé a estar un poco mosca, me encontraba inquieto, falto de paciencia, con ansiedad manifiesta y sensación de fracaso.

Sin embargo, si uno analiza fríamente y en positivo el problema expuesto anteriormente, las moscas resultan ser unos insectos muy caseros que forman parte del ambiente, son migrantes que se integran fácilmente, de hecho, si les abres la puerta no salen, prefieren quedarse en el hogar. Ellas siempre te hacen sentir que están a tu lado y que de alguna manera forman parte del grupo familiar. En verdad estoy convencido de que la mosca del domingo lleva meses entre nosotros, la he visto tantas veces que le pondré un nombre y la dejaré vivir en paz. En realidad, no sé si legalmente está permitido matarlas.

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