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Olga Merino

El tobogán británico: de la reina más longeva a la ‘premier’ fugaz

Siempre que se describe físicamente a alguien se dice lo guapo que es, lo bien que viste, qué buena estatura... Alto. Ser alto como virtud suprema. Como ustedes comprenderán, para alguien que soluciona sus «problemas» de tamaño subiéndose a unos tacones o a una banqueta, según los casos, lo de ser alto no es una cualidad imprescindible.

Oh, vieja Inglaterra, quintaesencia de la ponderación, quién te ha visto y quién te ve… En los últimos tiempos, la trepidación se ha apoderado de la vida política británica, convirtiéndola en una serie de Netflix plagada de puntos de giro. O peor aún, en una ristra de sketches de Mr. Bean y Benny Hill, juntos los dos, mano a mano en la concatenación de disparates e infortunios. El 6 de septiembre, la primera ministra Liz Truss jura el cargo; 48 horas después, muere la reina Isabel II; durante diez días, el país se sume en un duelo melancólico, con el cadáver de la soberana en peregrinación para enterrarlo luego con pompa y circunstancia en una ceremonia digna de Victoria y su imperio oceánico; cuando el reino despierta del letargo, las primeras medidas ultraliberales del Gobierno -las reducciones de impuestos, sobre todo- desatan una tormenta financiera que a punto está de hundir la libra esterlina; despiden al ministro de los números; a los pocos días dimite la titular de Interior, y ahora le sigue la jefa del Gabinete. Hemos pasado de la monarca más longeva del Reino Unido a la premier más efímera. ¿Quién da más?

Como canta Sabina, Truss ha durado «lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks». Los medios británicos serios (The Economist) y la prensa del cachondeo (Daily Star) ya llevaban días jaleándole la cuenta atrás a la premier, a quien compararon con una lechuga iceberg, esa hortaliza herbácea que caduca a la semana de comprarla en el supermercado y, hasta entonces, yace pocha y ensimismada en el cajón de la nevera.

Se equivocó. Se ha comportado como una novata temeraria, pero, aun así, sería injusto cargar sobre sus hombros la responsabilidad exclusiva del descalabro tory. El asunto comenzó con la pésima gestión de David Cameron, el que salió silbando de la escena criminal del brexit, para seguir luego cuesta abajo en la rodada con Theresa May, Boris Liar Johnson y ahora esto. La sexta economía del mundo: 14,5 millones de pobres y una inflación del 10,1%.

Mientras tanto, con los precios de la energía por las nubes y en previsión de apagones durante el invierno, los británicos se están lanzando a comprar edredones y hacer acopio de velas. Algunos pubs ya sirven las pintas a la luz de las candelas. Sin quererlo, el tobogán desciende hacia Dickens, hacia las escenas de Oliver Twist y Tiempos difíciles, niebla, hollín y subproletariado en ratoneras gélidas. Y de cena, porridge, esas horribles gachas de avena tan literarias, en una escudilla que sostienen manos enfundadas en mitones.

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