A mi barrio, Cala Major, se puede llegar saliendo de Palma por la carretera de Andraitx para tomar la salida de Marivent. Es un incordio porque supone un largo trayecto por Joan Miró, que es muy lenta en verano. La otra posibilidad es ir por el final de la vía cintura, tomando la salida de San Agustín, pero supone un gran rodeo si estás por el paseo Marítimo. Antes había otra opción. Se podía venir por San Agustín, pero saliendo de Palma por la autopista de Andraitx. Era peligroso y las autoridades anularon esta posibilidad poniendo dos líneas continuas. Hoy a nadie se le ocurre saltárselas porque hacerlo supone poner en riesgo a los conductores que forman el abundante caudal de coches que se incorporan a la autopista viniendo desde la vía de Cintura. Los primeros años había quien se las saltaba -habitualmente por las noches que hay menos tráfico- pero eran los menos y han ido desapareciendo. Todos no, este verano me he tropezado con conductores que se saltaban las dos líneas continuas para coger la salida de San Agustín desde la autopista.

Circulando en scooter inquieta bastante ver un coche que se te viene encima después de saltarse dos líneas continuas y por una zona imprevista por estar prohibida. Pero a mí lo que me sorprendió más es que fueran taxistas. La vida es dura y uno entiende que hay que ganarse el pan y eso puede exigir mancharse las manos y vulnerar alguna reglilla para conseguir una carrera. Pero este verano sobraba trabajo para los taxistas y en Mallorca no hay Uber o Cabify. Es decir, la maniobra era riesgosa y solo suponía quitarle una carrera a otro compañero taxista y ello dando una pésima imagen del colectivo.

Durante el verano los ciudadanos de Palma teníamos imposible acceder a un taxi. No teníamos acceso a un servicio público que por mal atendido ha generado una importante alarma social. En otro caso, ante tal estado de cosas, la Administración le hubiera retirado la gestión a la concesionaria. Hoy la situación no ha mejorado y estos días los medios recogían sendas entrevistas sobre el tema a José Hila, alcalde de Palma y a Biel Moragues, presidente de autónomos del taxi, con talantes y disposición muy diferentes. El alcalde, al preguntarle por los problemas defendía al colectivo taxista y se mostraba contrario al desembarco de Cabify y Uber; el presidente de los taxistas echaba la culpa a los políticos, «es un problema político», decía, «de la EMT, de la mala gestión del tráfico, de la falta de coches de alquiler…». Es decir, ausencia total de autocrítica. En la línea habitual.

Las grandes empresas como El Corté Inglés o Telefónica, o algunos famosos como nuestro Rafa Nadal, saben que su marca es un importante activo, lo cuidan y forman a sus empleados para que lo respeten. La marca de los taxistas son esos vehículos blancos con el letrero de taxi. Cuando hacen una mala maniobra, se paran a orinar en las salidas de las ciudades, atienden mal a un cliente o directamente pasan de él en favor de otro -me refiero a turista de carrera más larga- están perjudicando su marca y perdiendo clientes. Para proteger una marca y no perder clientes se recurre a profesionales procedentes de las escuelas de marketing y de facultades de empresariales expertos en gestionar una marca. No estaría mal que las agrupaciones de taxis buscaran allí portavoces menos sectarios como hacen algunas federaciones de profesionales. Esos expertos también gestionan cursos de atención al cliente, porque no todos nacemos con simpatía, predisposición y habilidad para el trato con el cliente, ni siquiera los taxistas.