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Berta Aznar

La pornificación de las relaciones

A las feministas nos preocupan hechos como el sucedido en el colegio mayor madrileño porque vemos cómo el patriarcado va cambiando sus formas

de control y subordinación de las mujeres

Ilustración: La pornificación de las relaciones XXX neon sign on a dark background. Vector illustration.

La semana pasada asistimos a un espectáculo esperpéntico en el colegio mayor Elías Ahuja, en el que en un alarde de masculinidad trasnochada, un grupo de chicos se dirigía con insultos, entre gritos y rebuznos, a las chicas del colegio de enfrente. Uno de los chicos iniciaba la bizarra performance gritando a las chicas «putas» y las instaba a «salir de sus madrigueras» porque «todas iban a follar en la capea». Justo después se subían el resto de persianas del edificio y aparecían los otros jóvenes gritando al unísono; el fin de la obra unga-unga dejaba claro que lo de la capea era una amenaza.

Algunas voces han descrito esta macabra representación como un ritual de apareamiento de las nuevas generaciones, una especie de salto evolutivo en la especie humana que solo las mentes más clarividentes y, sobre todo, modernas pueden entender. En realidad, esta manera de relacionarse con las mujeres es la de siempre: se llama machismo y es responsable de la desigualdad de género y la violencia contra las mujeres.

También hemos escuchado a las chicas del colegio mayor de enfrente defendiendo a los autores de la bochornosa representación diciendo que es una tradición. Esto ha servido a los defensores del «nuevo ritual de apareamiento» para reforzar sus argumentos y quitar importancia a los insultos de los ahújos. En este país ya sabemos que el argumentario de las tradiciones sirve tanto para tirar una cabra desde un campanario como para dar la bienvenida al estudiantado en su primer año con novatadas vejatorias.

Las declaraciones de las chicas han servido para que estos analistas de mente moderna, para los que casualmente el machismo ya está superado, justifiquen a los ahújos diciendo que ellos y ellas son iguales y que no hay ningún resquicio de cultura patriarcal en esos gritos e insultos. La realidad es que a todas las mujeres se nos educa para reír las gracias a los hombres, para sacar importancia a sus chistes machistas, bromas fuera de lugar, falta de empatía, etcétera. Que las chicas del colegio de enfrente digan no sentirse ofendidas es solo una muestra de que no hemos avanzado suficiente en materia de igualdad.

Quizá esta indulgencia con los ahújos se deba a un intento de blanquear el machismo para demostrar que lo de la misoginia y la cultura de la violación es un invento de cuatro colgadas feministas. Quizá también tenga que ver con la clase social y el color de piel de los susodichos; seguramente, si este mismo show grotesco lo hubieran protagonizado los chicos de un centro de acogida de menores extranjeros no acompañados los mismos que hoy defienden la inocuidad de lo ocurrido se pondrían las manos en la cabeza y reclamarían su deportación por ser extremadamente peligrosos.

Las malpensadas podríamos pensar también que tiene que ver con el consumo por parte de los adolescentes de una pornografía que es cada vez más violenta y en la que lo de llamar «putas» a las mujeres es lo más habitual. Quizá, y solo quizá, también los que defienden el «nuevo ritual de apareamiento» están influidos por este consumo que les nubla el raciocinio.

En lo que parece que estamos de acuerdo los del ritual y las feministas es en que este suceso no es un hecho aislado, sino una muestra de la realidad de cómo se relacionan muchos jóvenes con las mujeres. A los primeros esto les parece consecuencia del orden natural de la vida. A las feministas esto nos parece inaceptable y nos preocupa porque vemos cómo el patriarcado va cambiando sus formas de control y subordinación de las mujeres. La pornificación social ha normalizado este trato de los hombres hacia las mujeres y ha logrado hacer creer a muchas chicas que ser hipersexualizadas por los varones forma parte de la relación natural entre los dos sexos e incluso las empodera.

La coeducación en las aulas es el mecanismo principal para lograr la igualdad real entre niños y niñas, en la que la educación afectivo-sexual debe ser un pilar fundamental y el feminismo crítico la herramienta de análisis indispensable para identificar y desarticular las distintas opresiones que hoy todavía sufren niñas y mujeres. Que no se vuelvan a repetir espectáculos tan lamentables como este dependerá del nivel de pensamiento crítico de las futuras generaciones y eso es responsabilidad de las familias, los centros educativos, los medios de comunicación y, por supuesto, de las políticas del Gobierno.

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