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Juan Gaitán

Así la lluvia

Siempre llevo conmigo una vieja libreta de tapas negras en la que voy anotando lo que veo, lo que siento, a veces lo que ideo. Desde que empecé en este oficio, apenas cumplidos lo veinte años, siempre he mantenido la costumbre de ir a todas partes con las herramientas, por si acaso hacen falta, que nunca se sabe.

Había tomado en la vieja libreta unas notas para lo que podría ser el comienzo de un poema: «es lunes y octubre/ y un haz de lluvia/ ha rozado apenas la tierra./ Así es la lluvia. Nunca se sabe/ lo que trae o lo que lleva». Quería usarlas, tal vez, para esos versos que me pedía el poeta Antonio Carvajal, que anda reuniendo textos que incluyan la palabra ‘humuvia’. Humuvia, sustantivo femenino, viene a designar «el olor de la tierra tras larga sequía cuando recibe la lluvia». Otros llaman a esto ‘petricor’, pero es un palabro horrible que suena a refinería y supermercado, y aún otros ‘geosmina’, que es todavía peor.

Me dice Carvajal en su correo que ‘hum’ es «onomatopeya de la grata aspiración por la nariz», y que ‘uvia’ lo es «de la espiración suave entre los labios». Una etimología radiante, maravillosa, digna del alto poeta que es Carvajal, mucho más hermosa que la evidente que nos llevaría a las voces latinas ‘humus’ (tierra) y ‘pluvia’ (lluvia), que es la que hubiera dicho cualquier tuercebotas como yo.

Luego, en un acto de derroche, decidí gastar esas notas en la columna. La lluvia, que en este sur que habito y que me habita, realmente, «ha rozado apenas la tierra», en otras partes ha hecho estragos. Hace tiempo que llueve mal, muy mal. Esto, a decir de los científicos, es el cambio climático y va a ir a más. O nos ahogaremos o nos deshidrataremos. Incluso será frecuente que nos ahoguemos después de habernos deshidratado. Hemos roto el equilibrio del planeta olvidando que somos partes del planeta del mismo modo que un cabello es parte de un cuerpo, y en ambos casos igual de prescindibles.

Acaso no vuelvan esos días de lluvia mansa. No parece reversible el daño que hemos hecho al mundo, que nos hemos hecho a nosotros mismos, y la lluvia, tal vez, no vuelva a ser aquella que sucedía en el pasado, según Borges.

Tengo escrito que «siempre son más largos los días de lluvia». Me refería, entonces, a esos días en los que el silencio solía tener más sentido que las palabras y era grato acomodarse junto a la ventana, bajo una húmeda luz azul, mientras sonaba, contenido, el trémolo del agua en el cristal (la lluvia siempre está, o estaba, cerca de ser un canto). Era placentero, entonces, tener un libro viejo entre las manos, oler su sudor de papel, rozar sus hojas cansadas, y encomendarlo todo a la esperanza.

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