Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Norberto Alcover

EN AQUEL TIEMPO

Norberto Alcover

Margarita ‘Burineta’

Entre las personas que mantengo en mi mochila existencial, la descubro a ella, enhiesta siempre, obsequiosa casi siempre, capaz de soportar cualquier adversidad y con una comprensión del servicio como actitud de vida que la sustentaba sin descanso. Escribo de Margarita ‘Burineta’, siendo Margarita su nombre propio y Burineta su apodo histórico en el pueblo. Seguramente, más de un valldemosín y de los antiguos veraneantes la recuerden y, en la medida en que la trataron, la recuerdan con cariño.

Para mi familia, sin excepción, fue un rodrigón imperturbable durante años, no solamente en el pueblo tramontano porque también en Palma. Estaba en el ahí familiar, y ella misma ayudaba a crear tal ahí. Margarita Burineta, en lenguaje actual, fue una empleada del hogar modélica, claro está que situada en los vaivenes españoles de los cincuenta, detalle que matiza muchas de mis letras. Trabajaba y cobraba, como tantas otras, pero convertía el servicio en auténtico amor samaritano, más allá de su propio egoísmo. Era una mujer entera y entregada a una especie de vocación servicial desde convicciones profundas en las cuales creía radicalmente. Mi padre me lo decía muchas veces, que Margarita Burineta era parte de la familia y que sin ella la familia no sería lo mismo. Así, pasaron un montón de años, en los que casi la perdí de vista. Un día aciago, conocí que había muerto. Siempre vistió de payesa mallorquina, y sus rebosillos eran de lo más elegante que he visto en mi vida.

Las cosas han cambiado desde aquellos años, hasta la reciente legislación sobre las empleadas del hogar que ha puesto las cosas en su sitio… en la medida en que ellas se propongan reclamar sus derechos y los empleadores cumplan con su obligación. En toda relación laboral se produce el encuentro entre dos voluntades, y su buen funcionamiento depende, en gran parte, de que esas voluntades persigan un mismo fin, que en cada caso será diferente según las características del trabajo en cuestión. Todos sabemos que si un contrato laboral se reduce a un intercambio económico, seguramente las cosas acaben un tanto mal, pero también sabemos que si ese contrato incluye un tanto de cercanía y afecto, entonces el trabajo, y las personas también pueden adquirir la categoría del intercambio, de puesta en común, y en definitiva, de una permanente revisión de la masa salarial precisamente porque a un servicio aplicado se una la reacción económica correspondiente. Los avances legales es de esperar que aumenten.

En estos momentos, una gran mayoría de personas que ayudan en nuestros hogares, es de origen sudamericano y, en aumento, centroamericano, con extensiones llamativas a personas caribeñas. Tengo la experiencia de que estas personas desean trabajar bien, pero todo depende del entorno emocional en que se encuentren. Han dejado muchas cosas en sus lugares de origen, y lo más urgente para ellas es un salario adecuado a sus tareas y sentirse en la familia correspondiente acogidas y respetadas. Puede darse el caso, que los hay, de una buena remuneración pero, carente de afecto, se convierte en una situación desagradable para los trabajadores. Argüir que una actitud así mantiene actitudes colaterales de servilismo, significa que se ha carecido de modelos familiares de exigencia laboral acompañada de respeto y acogida cordial. Una cosa para nada quita la otra, y un cierto economicismo tan a la moda, solamente procura desacuerdos entre las personas afectadas. Para nada estamos hablando de personas con intenciones sospechosas, que ellas mismas se juegan su futuro precisamente por esas intenciones evidentes. Ni tampoco nos referimos a auténticos negreros que explotan descaradamente a sus empleados. Todo esto nos abriría a otras consideraciones de naturaleza muy distinta.

Margarita Burineta, por ejemplo, sabía muy bien cuál era su territorio familiar y por supuesto laboral, pero nos quería… precisamente por sentirse querida por nosotros. Esta percepción repito que puede parecernos «blanda» en la actualidad, y sin embargo conozco bastantes unidades familiares donde se procede así, seguramente con esfuerzo por ambas partes. Al contrario, me llama poderosamente la atención que una familia desconozca la situación objetiva de su empleada, como si fuera un mero instrumento laboral al que se deja a merced de los avatares de la situación. Sin olvidar que todo lo anterior se hace mucho más complejo en el caso de empleadas/os del hogar que cuidan específicamente de una sola persona mayor, cuya indefensión exige mayores dosis de humanidad y cercanía. Margarita Burineta, de vez en cuando, emitía un personalísimo sonido gutural de cansancio, y entonces mi madre congelaba la acción para entenderla, sentarla y animarla. En definitiva, se sabían necesarias la una para la otra. Y además, se querían con una espontaneidad admirable.

Muchos de los problemas actuales están pendientes de las relaciones emocionales de las personas entre sí, contando con la justicia impuesta por las leyes. Y en bastantes ocasiones, nuestras reflexiones no hacen presente esta dimensión que constituye la exigencia de mayor relieve en nuestras vidas. La memoria de Margarita Burineta me permite escribir lo escrito, y haberlo escrito desde el cariño agradecido.

Compartir el artículo

stats