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Pilar Rahola

Govern sin confianza

Mantenerse en estas condiciones es una irresponsabilidad mayúscula. ERC no ganó las elecciones, y solo pudo llegar al poder gracias a un pacto a tres

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, la pasada semana. EFE

Como el deporte nacional es culpar a Junts de las miserias de la política catalana, también se practica, por lógica inversa, una defensa acérrima de las bondades de ERC, convertida en la «parte razonable» del independentismo. Huelga decir que esta unanimidad, que traspasa las barreras ideológicas, no se debe a una repentina simpatía por Junqueras y compañía, sino a la obsesión que tiene la mayoría por neutralizar a Puigdemont. De aquí salen los vitriólicos elogios de periodistas, tertulianos e incluso políticos de todos los colores, derechas, izquierdas y mediopensionistas. Junts es la rauxa y ERC el seny recuperado, con reverberaciones de la vieja Convergència. Por eso no interesan los motivos de la crisis de Govern —que incluyen el flagrante incumplimiento de los acuerdos de investidura—, ni las razones de Junts para romper la coalición, ni la frivolidad con la que ERC se ha planteado un Gobierno de mínimos en solitario. Incluso se ha tildado de gesto de auctoritas la irresponsable decisión de cesar al vicepresidente Puigneró, con la escena previa de patio de escuela, cuando el ‘president’ Aragonès preguntaba a cada ‘conseller’ si se había portado mal. Si no estuviera la siempre incómoda cuestión independentista de por medio, el análisis de la crisis habría sido más crudo para ERC y, sin duda, más equilibrado. Pero en la Catalunya post 2017, el maniqueísmo se ha establecido como principio de debate, y la foto de la realidad siempre se revela en blanco y negro. No importa que el giro estratégico de ERC, repentinamente convertida en una versión low cost del viejo pujolismo, tensionase brutalmente todo el movimiento independentista, ni que dejara en papel mojado los compromisos adquiridos con la ciudadanía que los había votado. Al fin y al cabo, ni la coherencia ideológica ni la ética democrática tienen ningún valor cuando se trata de aniquilar al enemigo de España. Y perdonen el término, pero es así como se ha tratado a Puigdemont y lo que representa: no se le ha combatido como a un adversario de partido, sino como a un enemigo de Estado.

Entretenidos, pues, con el deporte siempre agradecido de criticar a los juntaires, la mayoría de los comentaristas no ha tenido tiempo de analizar la barbaridad que representa persistir en un Gobierno precario que ha perdido todas las alianzas. En cualquier país democrático, un presidente que ha sido investido por 74 votos y, en 16 meses, pierde el apoyo de los dos partidos que lo habían investido y se queda solo con 33 diputados no puede mantenerse en el poder. Es el abecé de la democracia —como ha recordado estos días la premier danesa—, primero, porque es evidente que ha perdido la confianza del Parlament y, segundo, porque somete a la ciudadanía al vaivén de sus intereses espurios. Con esta decisión de mantenerse en el Gobierno, ERC se burla de la ciudadanía que votó hace un año y medio. En el mejor de los casos, podría intentarlo sometiéndose a una moción de confianza, que es justo lo que tienen que hacer los presidentes cuando pierden la confianza de los que le dieron apoyo, pero ni Aragonès ni ERC se muestran sensibles a esta lógica democrática.

A partir de aquí podemos perder el tiempo comentando los esotéricos fichajes que ha hecho ERC para llenar las ‘conselleries’ vacantes, con un popurrí de exconvergentes, excomunes y exsocialistas que parece una reunión de jubilados. Que esta maniobra tan poco sutil se venda como una «ampliación de la base» para usar la retórica altisonante del junquerismo no deja de ser un monumental sarcasmo después de haber perdido el apoyo de todos los aliados. Claro que el ‘president’ Aragonès podrá recibir apoyos puntuales para ir meneando la cola, pero siempre a merced de los intereses electorales de los osos que lo abrazarán. El PSC, por ejemplo, le suministrará oxígeno a cuentagotas hasta que les resulte conveniente ahogarlo, con el calendario forzado por Illa. Y los ‘comuns’ también irán votando a ratos, necesitados de amor como están en este tiempo de caída libre. Pero mantener el Gobierno en estas condiciones, cuando se ha perdido completamente la confianza, es una irresponsabilidad mayúscula.

ERC no ganó las elecciones, y solo pudo llegar al poder gracias a un pacto a tres, que se transformó en un Gobierno de dos partidos. Este pacto se ha disuelto en un año y medio, y con él se ha disuelto el sentido del voto que lo hizo posible. ¿Qué legitimidad tiene, para mantenerse en el poder, un partido que no ganó el voto electoral y ahora tampoco retiene el voto político? Pero de estas cosas no hablamos mucho en Catalunya, no sea que nos distraigamos de apalear a Puigdemont, el origen de todos los males.

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