Diario de Mallorca

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Monti Galmés

¡La maté y sonreí!

Ayer no fue un día cualquiera, por lo menos para mí, pues después de varios días de caza obligada conseguí por fin, con sangre fría, haciendo un movimiento relámpago de brazo, darle un manotazo y dejar al díptero chafado sobre la mesa de la cocina, quedando inmóvil y rodeado de un baño de sangre.

Eran las 7 horas y 12 minutos de la tarde. Había sangre suficiente para hacer un análisis completo en Son Espases y antes esta corría por mis venas. Después de observar a la recién fallecida mosquita hematófaga (¡los machos no sirven para nada, ni siquiera pican!) con una sonrisa maligna dibujada en mis labios, de aquellas que dejan ver sólo una parte de los dientes, tomé una servilleta de papel, blanca como la espuma, recogí los restos y limpié el espeso líquido rojo de la superficie de la mesa. En mi mente sentí una alegría interior, algo así como si hubiera encontrado un aparcamiento libre en Palma un día de lluvia. Fue como una liberación de energía negativa, contenida día tras día y que duraba para ser concreto desde el pasado viernes santo. Desde entonces no había conseguido matar un mosquito y ahora lo tenía inmóvil ante mis ojos, sacrificado para siempre.

Los vecinos de nuestro barrio hemos sufrido mucho este verano, pues estos insectos que se despiertan sedientos al atardecer, tienen que alimentarse y atacan raudos los brazos y piernas de los humanos. De año en año se han vuelto más pequeños y rápidos, han experimentado una evolución biológica, como las que justificaba Charles Darwin en su obra El origen de las especies.

Los mosquitos autóctonos, sin embargo, se han quedado prácticamente aletargados, han cedido sus zonas de influencia a los nuevos, les pasa como con el turismo y los fondos de inversión. El mosquito mallorquín de toda la vida ya no pica como antes, tiene sensación de agobio, está cansado, ha cedido sus zonas húmedas a los nuevos visitantes y no se reproduce tan intensamente, tiene estrés. Habría que pensar en impulsar un programa piloto para recuperar la especie.

A la especie más famosa de mosquitos que ha llegado migrando ilegalmente a Mallorca se les conoce por un nombre que a su vez la definen como se comporta. Se trata del mosquito tigre. Estos pican a destajo, son fierecillas que con su larga probóscide pueden perforar la piel sea del sexo o del color que sea y las hembras necesitan chupar sangre a diario para garantizar una puesta de huevos y con ello el aumento imparable de la población. La masificación está asegurada.

Consecuentemente las farmacias están bien surtidas, tienen repelentes à la carte. Los tienen con olores a limón o a fresa y otros que sólo un enólogo podría definir. En fin, una oferta variada, casi tan grande como la de los protectores solares. En nuestra casa tenemos una selección muy variada de ellos, pues su aplicación tiene efectos diversos según las personas y además al estar provistos de un buen surtido, cuando tenemos visitas de amigos para criticar un rato, sentados en la terraza, les podemos ofrecer una selección de bebidas y al mismo tiempo conseguimos causar una excelente impresión con la oferta de los repelentes de marca.

Después de aplicar el líquido protector, se suele hablar de EMAYA y de las campañas de limpieza y de fumigación.

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