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Valentí Puig

Desperfectos

Valentí Puig

No es el funeral de Europa

Como suma de diferencias, la Unión Europea seguirá poniéndose a prueba. Reúne naciones con estilos políticos distintos y repensarse todos los días es su mejor forma de ser

El voto italiano es la penúltima fase de uno de los cambios más aparatosos del mapa electoral europeo pero ni representa el funeral de la Unión Europea ni el hundimiento de Italia. Hay profetas para todo, especialmente para equiparar las nieblas bajas con el apocalipsis. La victoria de Giorgia Meloni podrá ser políticamente incómoda porque altera más los ejes de la alternancia aunque llevaba tiempo fraguándose y diagnosticarlo como una victoria de las fuerzas oscuras o retrotraerlo a los años 30 del siglo pasado aclara muy poco. Añorar la democracia cristiana de los buenos tiempos es como pasarse las horas ante el escaparate de una confitería.

Un centroizquierda que va alejándose de la socialdemocracia y un centroderecha cada vez más melifluo e impersonal han contribuido a la percepción de un vacío que los extremos ocupan. Caen viejos consensos porque se habían disimulado en exceso realidades como una inmigración que genera inquietud en las poblaciones nacionales. Es una esclerosis parcial, necesitada de una política que esté a la altura, con líderes capaces. El zarpazo de Putin en Ucrania añade alta tensión y muerte a lo que es una historia de siglos en la franja que va del mar Báltico al mar Negro.

Cuando Giorgia Meloni ocupe el poder habrá mucha metáfora en Bruselas, incluso a sabiendas de que la integración europea se afina en las crisis. Necesita a veces de ciertas dosis de ambigüedad pero en todo hay un límite. La excesiva adrenalina de Meloni irá reposando, como ocurrió en Austria, en Holanda, Suecia, Alemania, por ejemplo. En otra categoría, los partidos ecologistas ya se fueron integrando en el sistema y le dieron nueva flexibilidad. Con Meloni se confirmarán nuevas alianzas intraeuropeas para intranquilidad de Bruselas. El mejor antídoto sería el eurorrealismo.

Mientras las clases medias se evaporan, también la política cambia y la demagogia saca más o menos rédito. Como casi siempre, L’Italia farà da sé. El Brexit puede perjudicar más al Reino Unido que a sus antiguos socios europeos. Y ahí está, a la vuelta de la esquina, el invierno del descontento, con un gas más caro y más inflación. Como suma de diferencias, la Unión Europea -norte, sur, este y oeste- seguirá poniéndose a prueba. Reúne naciones con estilos políticos distintos. Repensarse todos los días es su mejor forma de ser.

El empirismo impone claridad. Lo sabían los padres fundadores pero el cartesianismo constructivista iba a liarlo todo. Italia estuvo en los primeros pasos, tan sabiamente pragmáticos, de la integración europea. Ahora los italianos han querido darle el poder a un nuevo centroderecha con flecos extremosos que previsiblemente irá puliendo, como es costumbre en la Italia de posguerra. Claro está que lo que digan las urnas puede gestionarse bien o mal, o no gestionarse. Italia y sistema institucional europeo son fenómenos de tal complejidad que inducen a la tentación de simplificar. Eso ocurre en Roma mientras en Moscú la calle se encrespa y en Londres se pretende reactivar a destiempo el fantasma de Ronald Reagan. Que los ángeles benéficos hagan pasar pronto tiempos tan interesantes.

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