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Jorge Fauró

Arenas movedizas

Jorge Fauró

La España de Luis Enrique

Cansada de la falta de transparencia del debate político, la sociedad ha puesto en marcha mecanismos de distracción

Luis Enrique, durante el Portugal-España del pasado martes. Hugo Delgado / Efe / EPA

E spaña juega a la contra. Cuando en Europa gobiernan de forma mayoritaria los partidos de derechas, aquí lo hacen las izquierdas. O al revés. Rara vez coinciden. Cuando una ola de conservadurismo del ala más dura sobrevuela algunos países del G-7, léanse Italia, Francia, Reino Unido o Estados Unidos, donde gobierna una versión edulcorada de la socialdemocracia frente al trumpismo rampante, en España se diluyen los ecos de la ultraderecha, difuminados en las encuestas del CIS y en un par de citas electorales a causa de las cuitas internas y de lo que los medios decidimos abreviar con el sobreentendido de efecto Feijóo. Mientras una parte del país, una parte pequeña, no vayan a creerse, estudia las diferentes opciones fiscales que se anuncian desde distintos gobiernos autonómicos, otra porción de españoles, probablemente más numerosa, anda debatiéndose a cara de perro entre la selección de Luis Enrique y los cuernos de Tamara. La actualidad por un lado y la sociedad por el otro.

Desde los tiempos de la Antigua Roma, la política de distracción fue siempre nuestro fuerte, lo llamaran «pan y circo» o lo llamaran, como en años de Franco, «pan y toros». Cuando el precio del pan contribuye a incrementar el coste de la cesta de la compra y la fiesta de los toros entona su canto del cisne, la actualidad se fagocita engrandeciendo debates irrelevantes. Ya ni siquiera hace falta que nadie nos imponga ni el pan ni el circo, comienza a venirnos de serie con ayuda de las nuevas tecnologías y de esa ágora entre la locura y el egocentrismo que son las redes sociales.

En plena crisis energética y con el invierno que, según los expertos, se nos viene encima, la política española se embarra en uno de los debates de mayor calado, uno que afecta directamente a nuestro bolsillo y a nuestro bienestar personal, el de la fiscalidad y las ayudas sociales. Más o menos impuestos, más o menos servicios, más o menos sanidad y educación o más o menos Estado liberal o intervencionista. Presidentes autonómicos en contra del discurso del Gobierno central y dirigentes de la oposición en contra del discurso de Europa. No hay mayor infodemia que la que juega al despiste ni iniciativa política menos transparente que la que se diluye en un debate estéril de toma y daca.

No es de extrañar, por tanto, que la propia sociedad haya marcado sus líneas rojas y puesto en marcha elementos de distracción para huir del disparate en que los partidos llevan años convirtiendo la política. No hay quien los aguante. Ante el barullo, no hay comunidad que se resista a un buen debate sobre la selección española de fútbol o sobre las desgracias ajenas, principalmente si son las clases adineradas quienes las sufren. En España, en tiempos de zozobra siempre acaba apareciendo Luis Enrique. Si algo debe agradecerse al seleccionador es que el griterío altisonante en que convierte cada una de sus comparecencias y el desdén con que trata a los escépticos con cada victoria agónica han procurado que en este país se vuelva a encender el debate sobre el combinado nacional, que perdió la comunión patriótica en que nos mantuvo unidos unos meses después de ganar el Mundial. En los bares de España no se debate sobre fiscalidad tanto como de Luis Enrique. No de la selección, sino del seleccionador. El asturiano, como lo fue Luis Aragonés, es el típico peleador a quien discutiríamos en la barra de un bar la alineación y el sistema de juego. Arrogante, contestón, lo que no era Del Bosque, y, sin embargo, tan necesario para despertar a este país de la abulia en que nos tienen sumidos nuestra clase dirigente, tan desquiciada y tramposa. Y en ese debate futbolero se sumerge media España descuidando entretanto lo que se cuece en el Congreso o en los parlamentos autonómicos, con mil y un argumentos sobre la convocatoria de Aspas o el retorno de Ramos.

Y cuando parecía que solo la afición al balompié podía sacar del sopor a una parte del país, llegó Tamara Falcó para meternos en otra rama de la actualidad que es un parque temático. Los ricos haciendo cosas de ricos y procurando a sí mismos las mismas desgracias que en casa del pobre, pero más sabrosas y con trajes de alta costura. Y del mismo modo que el fútbol es un deporte de 11 en que da igual quién gane o pierda mientras esté Luis Enrique, la socialité es esa clase de colectivo donde últimamente siempre gana Tamara. Ya llegará el invierno.

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