El triunfo electoral en Italia se le ha atragantado a la ultraderechista Giorgia Meloni en Mallorca. La líder de Fratelli d’Italia ha protagonizado un ascenso político fulgurante, tras una campaña centrada en el lema Dios, patria y familia, tomado del fascismo italiano y replicado en Brasil por Jair Bolsonaro, quien en su desesperada batalla contra Lula da Silva se ha aferrado de nuevo al eslogan que le aupó al poder. Fue precisamente la propia historia familiar, el drama de la niña abandonada por su padre con poco más de un año relatado por Meloni hasta la saciedad, lo que más conectó con la emoción de un electorado que se siente desprotegido y huérfano de futuro. Ella convirtió esa figura paterna en una gran baza política y la colocó en el foco mediático. Pero Meloni no contó todo, solo relató aquella parte de la biografía más conveniente para justificar un ideario ultraconservador, fundamentado en la familia tradicional que ella misma, madre de una hija en pareja sin pasar por el matrimonio que pregona, se salta. La trampa de la demagogia populista. En este juego hipócrita, Meloni ocultó que su progenitor, fallecido hace dos años, había sido condenado en 1996 en Palma a nueve años de cárcel por transportar 1.500 kilos de hachís de Marruecos a Italia en una operación que los jueces de sala sitúan en la órbita de la mafia. El asunto destapado por Diario de Mallorca, del que se ha hecho eco la prensa internacional, ha convulsionado a la sociedad italiana. Ante las críticas por esa ocultación, la líder ultraderechista se defiende argumentando que «las culpas de los padres no recaen sobre los hijos». De nuevo, Meloni lleva el debate torticeramente al terreno que más les conviene. Esta información no le imputa el narcotráfico de su padre, sino que pone en evidencia la sustracción de una parte de esa historia personal que ella misma ha colocado en primera plana. ¿Por qué no compartió un dato tan relevante con la misma transparencia que otorgó a otros detalles de su vida privada? Nunca sabremos si su partido le hubiera confiado la cabeza de lista de haber trascendido antes.

El silenciamiento de la fechoría paterna engarza con el mutis del propio progenitor, Franco Meloni, quien rechazó el pacto ofrecido entonces por la Justicia: un «tratamiento penal beneficioso» a cambio de la identificación de la persona para la que trabajaba. El penado deslizó la mano por el cuello, dando a entender que prefería la cárcel a perder la vida. Asumió toda la culpa y rehusó recurrir al Supremo, pese a los cuatro años de prisión impuestos a dos de sus hijos y un yerno por su implicación. «Nos quedamos con las ganas de saber si se lo agradecieron después de alguna manera», admiten los magistrados Eduardo Calderón y Juan Catany, señalando el inquietante camino del rastro del dinero.