Diario de Mallorca

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U n viernes a las siete de la tarde en la Pl. de la Reina, en el pequeño y precioso jardín dedicado a Joan Alcover, vi a un grupo de unos trece o catorce chicos y chicas, unos sentados otros de pie, tendrían quince o dieciséis años, habrían quedado para salir y pasárselo bien -por cierto, es su obligación-. Me detuve un momento para observar y me sorprendí de que no se hablaran entre ellos. Estaban todos concentrados en sus tabletas o sus móviles, tal vez se comunicaban a través de estos aparatos, no lo sé, pero no lo parecía, más bien daba la sensación de que cada uno estaba a lo suyo. ¡Qué manera de perder la oportunidad de comunicarse!, contarse experiencias, inquietudes, preocupaciones. ¿En esto consiste su relación social?, todo el día delante del móvil, sin levantar la cabeza ni para mirarse a los ojos. Seguramente sin hacer deporte, sin leer un libro, solo prestar atención a la pantalla. Si están así, cuando deciden reunirse ¿qué harán en casa?, máxima holganza. Supongo que preferirán quedarse en su habitación, antes que salir a hacer deporte. No creo que jueguen al fútbol o al tenis, en su caso optarán por mirar cómo lo hacen otros. ¡Máxima pasividad! ¿Es así la sociedad del futuro?

Supongo que en el ámbito familiar no hay conversación, no existe la tertulia, ha desaparecido, porque ellos han decidido -y su padre y profesores se lo han permitido- pasar la vida a través de la tableta o el móvil antes que verdaderamente. Una nueva sociedad se está construyendo en base a facilidad, frivolidad y superficialidad. A través de estos aparatos dejan a un lado una posible vida en la que serían actores, para vivir otras historias ajenas en las que pueden llegar incluso a sentirse protagonistas, considerarlas como propias. Tendrán una sociedad sin más referente que la tableta o el móvil y esto les llevará a no tener interés en crecer intelectualmente, moralmente, profesionalmente.

Las tabletas, o tablets, son hoy unos dispositivos electrónicos táctiles que permiten navegar por internet, pero que en su origen hace 3.500 años a. C. ya usaban en las civilizaciones sumerias y mesopotámicas. Eran de barro o plomo en las que grababan con un estilete, contratos acuerdos, contabilidades, textos literarios, juicios. En el mundo grecorromano se utilizaron, las tabletas también para pedir males hacia otros, se escribía en ellas que perjudicasen a quien deseaban hacer daño y después de dirigirlas a los dioses, las enterraban. En Bath -Inglaterra- se encontraron 130 tabletas con maldiciones y magia erótica y otras que pedían soluciones a amores no correspondidos.

La biblioteca de Alejandría, el mayor centro de difusión del conocimiento de la antigüedad, fue creada en S. III a. C., por Ptolomeo I que siguiendo los pasos de Alejandro Magno quería conseguir la más amplia difusión de la cultura helénica y cualquier otra cultura o religión de la época. Llegó a acumular más de 490.000 volúmenes entre papiros, pergaminos y tabletas en los que se trataban temas literarios, académicos y religiosos de todas las culturas conocidas entonces. En tiempo de Julio Cesar y Cleopatra fue incendiada, por error, y rehecha posteriormente. En Nínive ya en el año 722 a. C. se fundó la biblioteca de Asurbanipal. En aquel lugar, cerca del palacio real se encontraron, en recientes excavaciones arqueológicas, 22.000 tabletas de arcilla que contenían todo tipo de materias.

Seguramente sería bueno que se explicase a los jóvenes, cuya vida pasa exclusivamente por sus dispositivos móviles, que las tabletas, su instrumento preferido, ya existió en la antigüedad, pero con finalidades muy distintas y esfuerzos y contenidos muy diferentes y que hoy deberían conocer, reconocerse y considerarlas encomiables.

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