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Antonio Papell

Italia en Europa

Giorgia Meloni. Reuters

Desde la operación mani politi a mediados de los años noventa del pasado siglo, el régimen de partidos que había formado la llamada ‘primera república’ italiana desapareció de un plumazo, abismado por la corrupción generalizada y el consiguiente desprestigio. Tanto es así que hoy, en el panorama político actual, el partido más antiguo de todos los existentes es La Liga, que se fundó como Liga Norte en 1991. Desde entonces, se han sucedido en el poder derechas e izquierdas, e incluso primeros ministros de consenso que no habían sido elegidos directamente en las urnas, Draghi el último de ellos. Y fue el Movimiento 5 Estrellas (M5S) el que provocó la dimisión de este, quien se había apoyado en un ‘pacto de confianza’ y que había anunciado su marcha si se quebraba tal apoyo.

Las elecciones de este domingo, subsiguientes a la intempestiva marcha de Draghi cuando Europa está sumida en una gran crisis pospandemia agravada seriamente por la guerra de Ucrania, han devuelto el poder a la derecha, una tríada de partidos formada por el neofascista Hermanos de Italia, con Giorgia Meloni a la cabeza, la también ultraderechista Liga de Salvini y la declinante Forza Italia del provecto Berlusconi, quien transmite en público la sensación de estar embalsamado. Juntos, alcanzan más del 44% de los votos, que, con el nuevo sistema electoral, les proporcionan mayoría absoluta en ambas cámaras.

A estas alturas, la llegada al poder de la extrema derecha ya no conmueve apenas las conciencias ni los bolsillos, aunque muchos nos planteemos graves interrogaciones sobre el cómo puede ser posible que países tan desarrollados y con historias dramáticas todavía recientes actúen con tanta frivolidad. El propio Salvini ha sido en Italia viceprimer ministro, en Hungría y en Polonia gobiernan partidos afines a los Fratelli, y en países tan progresistas como Suecia están a punto de alcanzar el poder unos ultras que explotan el miedo legítimo de los suecos a la vecina Rusia.

Los Hermanos de Italia, herederos directos del neofascista Movimiento Social Italiano, han exhibido antes y durante la campaña todos los tópicos del populismo de ultraderecha: nacionalismo rampante y control estricto de la inmigración y de los inmigrantes, antifeminismo y menosprecio a los colectivos lgtb. Además, el partido se opone al aborto, a la eutanasia, al matrimonio entre personas del mismo sexo y a la adopción por tales parejas. En 2022, los Hermanos de Italia presentaron un proyecto de ley que convierte la gestación subrogada en un delito castigado con la cárcel. El partido también se opuso a la aprobación de leyes que penalicen los actos discriminatorios «por razón de sexo, orientación sexual o identidad de género». En definitiva, son signos de identidad incompatibles con la democracia liberal y con la propia constitución (actual) italiana. Otra cosa es que, por pragmatismo, el nuevo gobierno se acomode a la realidad de la situación y modere tales inclinaciones con tal de sobrevivir políticamente.

Es muy inquietante que la segunda potencia económica de Europa se ponga en manos de una coalición a tres en la que Berlusconi es el más moderado de todos ellos. Máxime cuando Occidente está castigando con sanciones a Rusia, cuyo presidente es amigo personal del magnate italiano.

La única tranquilidad que podemos recabar ante esta excentricidad de nuestros amigos y vecinos italianos es que todos estos devaneos suceden bajo la órbita de Europa, es decir, con el control de Bruselas, una construcción democrática ya muy potente que puede poner límites a las derivas de los ultras de cualquier signo. Como es conocido, la Comisión ya ha conminado al húngaro Orban para que rectifique sus políticas corruptas, so pena de perder grandes caudales de los fondos Next Generation…

Pese a esta perversión creciente, que nos obliga a defender con uñas y dientes el proceso de construcción europea, los partidos convencionales de todo el continente tienen a la vista el resultado de sus incompetencias, de su falta de perspectiva y de sus fracasos: Italia no es el único país que, para salir del atolladero político, ha decidido explorar caminos populistas que entran en contradicción con las ideas cabales de libertad y de decencia.

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