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Miguel Vicents

Palma en patinete

Resultan más imprevisibles que los primeros ciclistas que se incorporaron al tráfico urbano de Palma sin pedir permiso, antes de que se construyeran los carriles-bici de la alcaldesa Aina Calvo o se introdujeran en el código de circulación normas específicas para adelantarlos de forma segura. Pero con el empuje de la movilidad eléctrica, sus precios cada vez más económicos, su tamaño de pequeño electrodoméstico y en apenas tres años, Palma se ha llenado de patinetes, sin que estos parezcan regirse todavía por norma alguna.

En todas las calles, en todas las aceras y en todos en los carriles-bici hay un patinete pidiendo paso y saltándose unas desfasadas ordenanzas que todavía los imaginan circulando ordenadamente a 20 kilómetros por hora por la calzada o a 10 kilómetros por hora por los carriles-bici. Algunos modelos ya multiplican por cinco esa velocidad punta y en los últimos tres años han provocado o se han visto implicados en 330 accidentes solo en la ciudad. El vehículo se ha popularizado tanto que ya hay ciudadanos que desayunan con el patinete puesto, bajan a la calle en el ascensor agarrados a su manillar, atraviesan la ciudad como un rayo por el camino más corto y aparcan en su mesa de la oficina solo para recargar baterías. Pero su popularización no ha convertido su uso urbano en previsible, como ocurre con el resto de vehículos. Y circulan por las calles de Palma auténticos maestros de la navegación combinada: por la acera si la vía es de dirección prohibida; por el paso de peatones para realizar un cambio de sentido; por la calzada si es necesario acelerar el paso, y otra vez a la acera para llegar al destino sin perder más tiempo. Detenerse o frenar en seco a su paso es la única solución acertada para peatones o conductores, al menos hasta que el peligro se aleje.

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