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Elena Fernández-Pello

Canceladas

La cancelación no contempla la discrepancia, ni siquiera se permite escuchar un discurso discordante. No entiende de contextos, de humoradas, de dobles sentidos ni de ironías

Canceladas LPR

La cancelación es la censura contemporánea. No hay prescripciones ni códigos y ejerce aleatoriamente. Cualquiera puede erigirse en censor. Su medio natural son las redes sociales: no me gusta lo que dices, no estoy de acuerdo con lo que haces, no comparto tus hábitos de consumo, cómo te vistes, lo que comes, y te cancelo. Listo.

Lo de la cancelación viene a ser como extender un manto de invisibilidad sobre el sujeto que nos desagrada. No eres como yo, me obligas a cuestionarme, así que te hago desaparecer del espacio público, complicaciones las mínimas.

El fenómeno hater va un paso más allá de la cancelación. No me gustas, te hago objeto de un linchamiento verbal, te pongo pingando y lanzo contra ti todo tipo de amenazas y a una ralea de individuos desocupados y rabiosos para que se desahoguen contigo. Sale barato y no hay que asumir responsabilidades porque, también en este caso, se ejerce desde el anonimato con el que tanta gente, de todo pelaje, se mueve en las redes sociales. No es fácil identificar a los autores de los insultos y si los haters caen sobre uno en avalancha, como suele ser frecuente porque se envalentonan unos a otros, es casi imposible dirimir culpabilidades.

Aquello de lo políticamente correcto, que empezó allá por los años 90, es ya cosa de otro tiempo, un inocente antecedente de estas nuevas formas de hipervigilancia social. Se trata, en el fondo, de uniformar la sociedad y el pensamiento, la utopía totalitaria y del sistema capitalista. Todo debe ser aséptico, estándar, talla única para reducir costes de producción.

Uno de los episodios más recientes de cancelaciones y haters ha sido el protagonizado por el pódcast Estirando el chicle y sus presentadoras.

Carolina Iglesias y Victoria Martín, que se presentan como humoristas y comunicadoras y que conducen un espacio desde el que abogan por la diversidad de género y la libertad sexual, han tenido que desaparecer de las redes sociales durante una temporada después del aluvión de críticas y airadas reprimendas, de ataques furibundos contra ellas y la gente de su entorno, por haber llevado a su programa a una monologuista, Patricia Sornosa, catalogada como feminista TERF, es decir, con un discurso que excluye a las personas trans de sus reivindicaciones.

Han reaparecido en las redes sociales, que manejan tan bien, pidiendo mil y un disculpas a su audiencia por ofrecer un micrófono en su espacio a una voz discordante y, esto ya por añadidura, por un comentario ofensivo hacia los vecinos del Norte de África.

La cancelación no contempla la discrepancia, ni siquiera se permite escuchar un discurso discordante. No entiende de contextos, de humoradas, de dobles sentidos ni de ironías. La cancelación es hija la reacción rápida, del comentario breve, de la inmediatez y de eso que creíamos tan antiguo del pensamiento único.

¿Cómo saber con qué estamos o no de acuerdo sin tomarse unos minutos para la reflexión?, ¿cómo condenar un argumento sin escucharlo y masticarlo durante unos minutos? Y, desde luego, ¿cómo justificar la condena a la intolerancia desde la intolerancia?

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