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Ramón Aguiló

escrito sin red

Ramón Aguiló

El nudo gordiano

Según cuenta una leyenda griega, los habitantes de Frigia consultaron al oráculo para elegir a su rey. La respuesta fue que lo sería quien entrara por la Puerta del Este acompañado de un cuervo posado en su carro. Gordias fue el hombre, que ofreció a Zeus su carro con la lanza atada al yugo con un nudo que nadie pudo desatar. Cundió la especie de que quien lo consiguiera conquistaría Oriente. Alejandro, de camino a Persia el año 333 a.c. conquistó Frigia y asumió el reto de desatar el nudo. De un tajo con su espada lo cortó.

A nadie se le oculta que la Constitución Española es el nudo gordiano de nuestro sistema político. No es que sea imposible reformarla para empoderar a los ciudadanos y limitar el poder de los partidos, para que el poder legislativo esté separado del poder ejecutivo y ambos del poder judicial, para ser una democracia plena; es imposible reformarla porque los partidos que dispondrían de los votos necesarios para hacerlo son los más interesados en evitarlo. Los partidos son las élites extractivas que se benefician del inmovilismo constitucional; sus integrantes son la oligarquía que ha convertido al sistema en una partitocracia. Su desconexión con el pálpito del país llega hasta los extremos, no ya de imposibilitar la separación de poderes que define a una democracia plena, sino incluso de reformar el artículo 57 sobre la sucesión en la Corona que privilegia al varón sobre la mujer, o el artículo 49 para sustituir la palabra disminuidos por la de discapacitados.

No es posible la separación entre el poder ejecutivo y el legislativo mientras exista el artículo 68 que consagra el sistema de representación proporcional que la ley electoral establece a través del sistema de listas cerradas y bloqueadas y la circunscripción electoral sea la provincia. La única manera de conseguir la separación entre estos poderes es que los diputados sean elegidos directamente por los ciudadanos de manera que el elegido responda de su gestión ante sus electores, incluyendo la elección de presidente, y no ante las cúpulas partidarias que confeccionan las listas y deciden el candidato a presidente. No existe sistema electoral perfecto, pero sólo asegura la separación de estos poderes el mayoritario, simple o a dos vueltas; eso sí, a costa de un déficit de representación. Mientras esté en vigor el artículo 68 se podrá impunemente gobernar mediante el decreto-ley, como han hecho todos los gobiernos, aunque con especial dedicación el presidido por Pedro Sánchez, tan ofendido él por la alusión del PP a su figura como «El otoño del patriarca». Dos sentencias de inconstitucionalidad a sus decretos del estado de alarma han tenido el mismo efecto sobre su empaque de líder debelador de poderes oscuros y presidente de la gente que el choque de un mosquito contra la cabina de su Falcon.

Lo que está pasando con la renovación del Consejo General del Poder Judicial es otra demostración de cómo se disputan PP y PSOE el control de ese poder. Es decir, al control sobre las presidencias del Supremo y los Tribunales Superiores de Justicia de las Comunidades Autónomas, es decir sobre los tribunales que han de juzgar los grandes casos de corrupción que les afectan y sobre la propia actividad de las administraciones. Exactamente lo mismo sobre el Tribunal Constitucional. Ni PSOE ni PP han dejado ni por un momento, especialmente desde la ley de 1985, de ejercer este control. Ni uno ni otro tienen credibilidad para defender la independencia del poder judicial, si bien, ¡a buenas horas!, parece que el PP se apunta a que el CGPJ sea elegido directamente por los jueces. El artículo 122 de la C.E. no obliga para nada a ningún partido a pactar para conseguir los tres quintos necesarios de Congreso y Senado para elegir los cuatro miembros que le corresponden a cada cámara entre abogados y juristas con más de quince años de ejercicio profesional; tampoco la Ley Orgánica del Poder Judicial obliga a nadie a pactar los tres quintos necesarios para elegir los seis miembros paritarios correspondientes a cada cámara entre jueces y magistrados. Lo de incumplir el PP la C.E. en este punto es otra trola del PSOE. La incapacidad de PP y PSOE de pactar ahora (mayoría de uno u otro según resultados electorales) es porque el PP ha tenido una iluminación budista democrática, se ha caído de repente del guindo desde el que se controla por el ejecutivo el poder judicial. Bien venido sea el PP a las recomendaciones de la Unión Europea y a los principios de la separación de poderes. La crisis es constitucional.

No se llega a un acuerdo porque el PSOE quiere controlar a los jueces y al TC para que no pase como con los decretos del estado de alarma y otros más deletéreos para Sánchez en el futuro (acuerdos con EH Bildu y ERC). No se acepta que los doce entre jueces y magistrados sean elegidos por los propios jueces. El argumento, del PSOE y de columnistas afines a sus tesis, es que los jueces son conservadores y el CGPJ y, por tanto, el poder judicial sería conservador. Puede que sí, que sean mayoritariamente conservadores. Pero hay que recordar que los jueces no son legisladores, no hacen las leyes, simplemente las aplican. Ser conservador, en el supuesto de que lo fueren los elegidos por los propios jueces, no significa ser reaccionario y, posiblemente sea el resultado de la idea (atinada) de que son las costumbres las que alumbran las leyes duraderas y no al revés. Que se erija un poder moderador al impulso ideológico de cambiar costumbres por medio de leyes no me parece mal. En todo caso, si me dan a elegir entre un poder judicial controlado por el poder, sea el PP o el PSOE, o un poder judicial independiente en el cual doce miembros sean elegidos por los propios jueces, me quedo con los jueces. La filosofía del poder total y soberano de la asamblea parlamentaria dio lugar al Terror de la Convención republicana. Si me dan a elegir, me quedo con Montesquieu. El nudo gordiano no lo van a deshacer los partidos, se pondrían en peligro a sí mismos; ojalá me equivocara. Y el poder de los Stalin, Hitler y Franco establecen el Terror de una dictadura; ni cortan ni deshacen ningún nudo, alojan una bala en nuestros cerebros, un nudo en torno a nuestras gargantas o, como Putin, polonio en nuestras venas.

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