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Joaquín Rábago

Hay que reverdecer las ciudades

Hay en España una especie de fobia a lo verde, que se traduce muchas veces en la elección de plazas duras de hormigón o granito cada vez que se reforma una ciudad.

Uno de tantos ejemplos que podríamos citar es el diseño de la nueva Puerta del Sol madrileña, donde no parece que se le haya ocurrido al Ayuntamiento plantar un solo árbol.

Muchas veces ello tiene que ver con el uso que se piensa dar a esas plazas, que sirven con frecuencia para acoger casetas o eventos publicitarios y generar así ingresos extraordinarios para el municipio.

Habría que escuchar, sin embargo, a expertos como el arquitecto y paisajista alemán Tim Kaysers, que acaba de publicar un libro dedicado al tema con un título en alemán que podría traducirse por Salir de la crisis climática gracias a las plantas.

Según Kaysers, las ciudades están cada vez más hormigonadas y asfaltadas mientras que las olas de calor serán cada vez más frecuentes e intensas, algo que estamos ya viendo este año (1).

Cuando eso ocurre, cuando circula el aire con dificultad en las calles y los pavimentos son además oscuros, todo se calienta mucho más rápidamente, algo que, sin embargo, no ocurre, por mucho calor que haga, cuando estamos en medio de un bosque.

Para Kaysers, se trata por tanto de «trasladar a las ciudades las calidades y principios del bosque». De poco servirán en el futuro los aparatos de aire acondicionado, que contribuyen además a calentar la atmósfera urbana. La única opción es reverdecer las ciudades.

Desde hace décadas las ciudades parecen haberse construido sólo para los coches sin que se haya pensado para nada en los árboles, critica el paisajista.

Sin embargo, explica, sabemos desde hace también mucho tiempo que un árbol puede absorber gracias a sus raíces cientos de libros de agua.

Pero en lugar de aprovecharse de ello, en lugar de construir ciudades capaces de absorber el agua como esponjas con ayuda de los árboles, se opta por canalizar el agua y desviarla.

Muchas veces se planean cosas sobre el papel como la plantación de árboles que retengan el agua de lluvia, permitiendo que se filtre a los acuíferos y evitando tanto sequías como inundaciones.

Pero luego no se llevan a la práctica, se construyen canales porque puede resultar más sencillo mientras que se deja que se sequen los pocos árboles que hay plantados.

Kaysers es partidario además de reverdecer lo mismo los tejados que las fachadas de las casas incluso si en los primeros se instalan placas fotovoltaicas porque hará bajar la temperatura ambiente.

«Ocurre con frecuencia que apostamos por las soluciones técnicas y nos olvidamos de lo que puede proporcionarnos la naturaleza misma», explica.

Las fachadas de los edificios ofrecen un potencial enorme: su capacidad de reverdecer una ciudad multiplica por cuatro la que proporcionan los tejados.

Los jardines verticales representan todo un ecosistema urbano: en ellos viven muchísimos insectos y anidan las aves.

Para Kaysers, un ejemplo de ciudad verde es la capital danesa, que es la que más lejos ha llevado el concepto de «ciudad esponja».

Y la pionera es Singapur, donde no se obtiene un permiso de construcción sino el constructor no se compromete a «reverdecer» la fachada.

La pequeña Suiza habla en su Constitución de la necesidad de proteger el medio ambiente y a todas las especies animales y vegetales.

Incluso reconoce en el artículo 120 de ese documento «la dignidad» del mundo vegetal, explica Kaysers, según el cual «sin las plantas no seríamos nada».

Y hay otros países muy avanzados al respecto como Nueva Zelanda, que en 2016 decidió conceder a un parque nacional los mismos derechos que si se tratase de una persona. O Ecuador, que ha anclado en su Constitución los derechos de la Pachamama (en quechua: la Madre Tierra).

(1) En declaraciones al semanario Der Spiegel con motivo de la publicación del libro Phyto for Future – mit Pflanzen aus der Klimakrise.

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