Éste es el tema y la invitación del Tiempo de la Creación de este año que empieza el 1 de septiembre, con la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, y termina el día 4 de octubre con la fiesta de san Francisco. Una llamada a todos los hombres y mujeres de buena voluntad y que vivimos la preocupación por el necesario equilibrio ecológico que espera de parte de todos una respuesta urgente y un comportamiento coherente con nuestra fe en el Dios Creador. También lo espera de parte de aquellos con quienes, desde perspectivas diferentes y por encima de creencias, compartimos un mismo interés y responsabilidad hacia el mundo creado, nuestra casa común. Desde la diversidad, un tiempo de oración, de reflexión, de diálogo y de decisiones concretas y valientes.

El análisis puede ser muy amplio y las perspectivas muy diversas y complementarias, pero, cuando dejamos intervenir nuestra fe, «no sólo estamos implicados en cuidar el medio natural y defenderlo, sino todavía más ayudar al corazón del hombre a abrirse confiadamente a aquel Dios que, no sólo ha creado todo lo que existe, sino que también se nos ha dado a sí mismo en Jesucristo. El Señor, que primero cuida de nosotros, nos enseña a cuidar de nuestros hermanos y hermanas, y del ambiente que cada día Él nos regala. Ésta es la primera ecología que necesitamos» (Querida Amazonia, 41). Escuchando la voz de la Creación, es solo un paso escuchar la voz del Creador.

El papa Francisco, con motivo de esta Jornada por el Cuidado de la Creación, dice en su mensaje que «si aprendemos a escucharla, notamos una especie de disonancia en la voz de la creación. Por un lado, es un dulce canto que alaba a nuestro amado Creador, pero por otro, es un amargo grito que se queja de nuestro maltrato humano». Y añade que «el dulce canto de la creación nos invita a practicar una «espiritualidad -ecológica», atenta a la presencia de Dios en el mundo natural, una invitación a basar nuestra espiritualidad en la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión universal». Luego dirá que «desgraciadamente, esa dulce canción va acompañada de un amargo grito. O más bien, por un coro de clamores amargos. En primer lugar, es la hermana madre tierra la que clama. A merced de nuestros excesos consumistas, ella gime y nos suplica que detengamos nuestros abusos y destrucción. Son, pues, todas las criaturas las que gritan. Pero también son los más pobres entre nosotros los que gritan. Expuestos a la crisis climática, los pobres son los que más sufren el impacto de las sequías, las inundaciones, los huracanes y las olas de calor, que siguen siendo cada vez más intensos y frecuentes. Además, gritan nuestros hermanos y hermanas de los pueblos nativos».

Los cristianos, como toda persona de buena voluntad, nos sentimos obligados a escuchar esos gritos y, al mismo tiempo, implicados en comunicar a todos nuestros conciudadanos la necesidad de cambiar los estilos de vida y los sistemas perjudiciales. Francisco insiste en hacernos ver que «el estado de degradación de nuestra casa común merece la misma atención que otros retos globales como las graves crisis sanitarias y los conflictos bélicos». De la misma forma, hace una llamada a la actuación corresponsable al decir que «la comunidad de naciones también está llamada a comprometerse, con un espíritu de máxima cooperación, especialmente en las reuniones de las Naciones Unidas dedicadas a la cuestión medioambiental».

En el mismo mensaje, el papa Francisco, que siempre ha mostrado una gran preocupación por este tema y quiere que se extienda a toda la Iglesia y a quienes quieran escuchar su voz, hace referencia a la cumbre COP27 sobre el clima, que se celebrará en Egipto en noviembre de 2022, y que representa la próxima oportunidad para impulsar juntos una aplicación efectiva del acuerdo de París y lo hace con la esperanza de que la humanidad del siglo XXI «pueda ser recordada por haber asumido con generosidad sus graves responsabilidades». Al mismo tiempo, se refiere a la cumbre COP15 sobre la biodiversidad, que se celebrará en diciembre en Canadá, ya que «ofrecerá a la buena voluntad de los gobiernos una importante oportunidad para adoptar un nuevo acuerdo multilateral que detenga la destrucción de los ecosistemas y la extinción de las especies».

Por todo ello y «para detener el ulterior colapso de la «red de vida» -la biodiversidad- el papa Francisco nos pide que recemos y que hagamos un llamamiento a las naciones para que se pongan de acuerdo en cuatro principios clave: 1) construir una base ética clara para la transformación que necesitamos a fin de salvar la biodiversidad; 2) luchar contra la pérdida de biodiversidad, apoyar su conservación y recuperación, y satisfacer las necesidades de las personas de forma sensible; 3) promover la solidaridad global, teniendo en cuenta que la biodiversidad es un bien común global que requiere un compromiso compartido; 4) poner en el centro a las personas en situación de vulnerabilidad, incluidas las más afectadas por la pérdida de biodiversidad, como los pueblos indígenas, las personas mayores y los jóvenes».

El mensaje acaba con este contundente llamamiento: «Quiero pedirles en nombre de Dios a las grandes corporaciones extractivas -mineras, petroleras-, forestales, inmobiliarias, agro negocios, que dejen de destruir los bosques, humedales y montañas, dejen de contaminar los ríos y los mares, dejen de intoxicar los pueblos y alimentos». Llevar todo esto a la oración no es inhibirse de la realidad, sino ponerse a trabajar e implicarse aún más en ella para provocar una transformación real, en la que todos tenemos nuestra parte de responsabilidad.

Existe una «deuda ecológica» de las naciones económicamente más ricas, que son las que más han contaminado en los dos últimos siglos. Se nos pide actuar con decisión, ya que estamos llegando a «un punto de quiebre», y se insiste en la oración en este Tiempo de la Creación para que las cumbres COP27 y COP15 puedan unir a la familia humana y abordar con decisión la doble crisis del clima y la reducción de la biodiversidad. Urgen gestos concretos que favorezcan un canto de esperanza en medio del amargo grito que proviene de la madre tierra y de sus habitantes más pobres.