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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Ante unos tiempos profusos, confusos y difusos

Por una vez España, como aconteció casi en toda la pasada centuria, no queda postergada de los avatares mundiales, para lo bueno y lo malo

Pedro Sánchez, ayer con su homólogo alemásn Olaf Scholz. CLEMENS BILAN

E en El doctor Zhivago, Borís Pasternak pone en boca de Lara (en la película de David Lean, inolvidable banda sonora de Maurice Jarre, Julie Christie, que derrite, es Lara), que vive los dramáticos años de la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia: «Señor, qué tiempos nos ha tocado vivir». Ha transcurrido un siglo desde que Pasternak, premio Nobel, censurado y represaliado en la Unión Soviética por los comunistas, miró desolado el mundo que le rodeaba. ¿Qué ha cambiado? En Europa, todo. Pero los tiempos vuelven a ser convulsos; profusos, confusos y difusos, por mucho que las condiciones de vida de casi todos sean notoriamente diferentes, mejores. La socialdemocracia ha hecho su trabajo junto a los socialcristianos. Europa es otra muy distinta de la existente en las décadas del nazifascismo, en las que España, tras la Guerra Civil, quedó al margen de las corrientes imperantes porque una dictadura cuartelera y de sacristía la dejó al pairo. Con razón dijo Churchill que el general Franco solo era «un hijo de puta para los españoles». En 2022 las cosas están complicadas; no es que los augurios de nueva catástrofe económica no sean más que suficientes para amargar la existencia, sino que tal vez lo que más desazona es la ausencia casi absoluta de certezas, de conocer con una cierta verosimilitud lo que puede deparar el futuro, no el lejano, sino el inmediato. La guerra de Ucrania, encadenada a la pandemia, que, a su vez, llegó uncida a la fenomenal resaca de la crisis de 2008, ha desmadejado hasta tal punto las estructuras socioeconómicas, que nada debemos dar por imposible. Para colmo, la geopolítica también está patas arriba: el zar de todas las Rusias, Vladímir Putin, al invadir Ucrania, ha dado la puntilla al orden imperante desde el final de la Segunda Guerra Mundial, a lo acordado en Yalta en febrero de 1945. La implosión de la Unión Soviética lo hirió de muerte. La guerra lo ha apiolado sin remisión.

Las manifiestas irresponsabilidades de muchos se hacen insoportables

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España no observa y calla. Esta vez no es el indigente que limosnea. No es el país que no pudo entrar en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) por carecer de Ejército disponible; no es la España de 1941, la del general Franco, a la que Hitler no quiso como aliado beligerante en su nueva guerra europea (1939.1945), de la que quedó otra vez al margen entre otras razones porque los generales golpistas, victoriosos de la Guerra Civil, fueron sobornados por Inglaterra por intermedio del financiero mallorquín Juan March. Esta vez España está presente: la cumbre de la OTAN en Madrid, la reunión de Pedro Sánchez con el canciller de Alemania y su Gobierno son datos. España es actor y no de los de simple reparto. Disponer de plantas regasificadoras deviene en carta ganadora. Pero como que carecemos de certezas, como que todo es tan gaseoso, conocer si sabremos jugar adecuadamente o si la considerable quiebra interna que se recrudece lo impedirá, acogota. Las manifiestas irresponsabilidades de muchos son insoportables. La trifulca ha llegado a ser ridícula. La derecha hispana, que como siempre que no gobierna tiende a romper la baraja, está siendo más antisistema que los viejos conocidos de siempre. Entramos en año electoral sin acuerdos y sin que alguien sea capaz de aventurar que los vaya a haber.

Ocurre cuando el realineamiento internacional obliga a España a atender más que nunca su frontera sur. Se entiende el arriesgado movimiento hecho por Pedro Sánchez con respecto al Sahara: los Estados Unidos apuntalan la posición de Marruecos. Los USA vuelven a tener vara alta en Europa: Putin se la ha concedido graciosamente al invadir Ucrania. España ha obrado en consecuencia. Argelia se ha rebotado, hasta cierto punto. Y el gas es perentorio, solo que la posición española es por una vez razonablemente sólida. Los tiempos nos dirán si Pedro Sánchez se sale con la suya: lo tiene todo en contra. Lo tuvo cuando el PSOE lo despachó de peor manera a como el PP ha liquidado a Pablo Casado, que ya es decir. España es, con Europa, una olla a presión.

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