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Matías Vallés

Cobardes defensores de Rushdie

Ya saben que de Barack Obama hacia la izquierda, la expresión «terrorismo islámico» que jamás pronunció el presidente americano no tiene nada que ver con el Islam, así que debe estar vinculado con la Liga de béisbol. No importa que la teocracia islámica de Irán pusiera precio a la cabeza de Salman Rushdie, en el segundo párrafo de las informaciones en periódicos occidentales se formula una seria advertencia sobre vincular de cualquier manera con Mahoma el apuñalamiento del escritor que lo satirizó en Los versículos satánicos. A propósito y para quienes lo acusan de reaccionario, en el mismo libro llamó Mrs. Torture a Margaret Thatcher, sin sufrir ningún atentado por calificar de torturadora a una gobernante democrática. Ocidente solo se moviliza para salvaguardar la única religión verdadera.

Rushdie es un valiente defendido por cobardes. Se ríe en su cama de hospital antes incluso de recuperar la vida, cumpliendo el mandamiento cervantino traicionado por los escritores también españoles que interpretan el compromiso quijotesco como un simple mandato estético. Por eso, en el tercer párrafo del apuñalamiento del escritor se transmite en el insípido lenguaje mediático que «se desconocen los motivos que llevaron al autor del atentado a atacar al novelista». ¿Se desconocen los motivos que impulsan a matar a un escritor condenado a muerte por un país entero, y con una recompensa vigente de seis millones de euros por su cabeza? Se desconocen los motivos que llevaron al equipo local a golear al visitante.

El apuñalamiento de Rushdie no exterioriza el salvajismo de una visión islámica sólidamente instalada, mide el deplorable estado de salud de la cultura occidental. Cuando Jomeini formula la fatua en los ochenta, los ataques más duros procedían del fuego amigo. Los censores no siempre se arrepintieron con posterioridad como hizo John Le Carré. Ahora mismo, la gran J.K. Rowling está amenazada por solidarizarse con el apuñalado.

Decir la verdad siempre fue una conducta sospechosa, también en Occidente, por fin se ha convertido en un crimen. Los grandes medios que se proclaman ajenos al fake lo practican por ocultación. El sábado, cuando todavía no había transcurrido un día desde el atentado, los principales medios seguían encabezando sus ediciones con el crimen. ¿Cuál era la ruidosa excepción? El New York Times, que lo ocultaba vergonzante pese a que el ataque había tenido lugar en suelo neoyorquino, y con la frágil excusa de seguir aporreando a Trump. También Europa disimula los atentados islamistas como el fruto de un raptus sufrido por enfermos mentales, ¿se aceptaría que los etarras son solo locos, casi a modo de disculpa?

Por tradición, se sitúa a Francia como el corazón intelectual del continente. Este sometimiento olvida que París adoró a Jomeini y le ofreció un suelo para instalar su tienda, antes de repetir el sainete con Gadafi. La amilanada prensa francesa no ha defraudado al relativizar el apuñalamiento de Rushdie. En todo el mundo, los periódicos intentaban acomodar en un mismo titular que Irán se desmarcaba del atentado pero lo consideraba ajustado al comportamiento del novelista. ¿Las excepciones? Los muy progresistas Le Monde y Libération, que omitían vergonzosamente la alegría de Teherán para limitarse a desmentir la atribución. Cuesta caer más bajo.

No es Irán quien culpa al escritor de su apuñalamiento para desligarse a continuación del atentado. Occidente aplica la misma táctica de responsabilizar a la víctima, no asestó la puñalada pero la considera bien merecida. Con Estados Unidos a la cabeza, han creado las condiciones idóneas para que los escasos pensadores independientes se retiren de la palestra, o sean apartados sangrientamente. A callar o a morir, y quien desee criticar religiones sin riesgo mortal, ahí tiene el cristianismo.

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