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Antonio Papell

El porqué de las dictaduras. Taiwan y China

Antiguas teorías aseguran que la democracia política solo es posible a partir de cierto umbral socioeconómico. Probablemente sea cierto ya que la democracia, gobierno de la mayoría con respeto a las minorías, es un modelo sutil y delicado que solo arraiga y fructifica a partir de determinado nivel de desarrollo, de cierto grado de bienestar, ya que en condiciones más difíciles suele fracasar.

Esta regla, que es en principio empírica, ha de tomarse con cuidado ya que podría ser cierta la tesis recíproca: los países no democráticos tienen más dificultades que los liberales para desarrollarse y avanzar. Y en todo caso, las excepciones, que las hay, relativizan la norma e impiden que se utilice como pretexto para justificar ciertas dictaduras.

Pues bien: algo parecido ocurre en el sistema de relaciones entre la democracia y la cultura. A raíz de la visita de Pelosi a Taiwan, que ha producido una abrupta reacción china, Daron Acemoglu —autor del best seller Por qué fracasan las naciones— y James A. Robinson —coautor con el anterior de varios ensayos brillantes— han criticado la frivolidad con que se justifica la dictadura china sobre bases culturales. «Una creencia común entre los políticos occidentales y muchos comentaristas en la actualidad es que China seguirá siendo no democrática en el futuro previsible, debido a su cultura política profundamente autoritaria», que provendría de su honda tradición confucionista. Según este punto de vista, el «individualismo de Occidente contrasta fuertemente con la herencia confuciana de China, que implica jerarquías rígidas no solo en las familias sino en todos los entornos sociales. La conclusión sería que el pueblo chino está más dispuesto a ocupar su lugar dentro de un orden predefinido de autoridad y menos dispuesto a participar en la política democrática». Algunos autores como Ray Dalio han certificado que «el sistema chino es jerárquico y no igualitario… EE.UU se maneja de abajo hacia arriba y está optimizado para el individuo; China está dirigida de arriba hacia abajo y está optimizada para el colectivo».

Volviendo al empirismo, es innegable que China ha sido un modelo autoritario en los últimos 2.500 años, convulsos y agitados por innumerables rebeliones y por el ascenso y ocaso de numerosas dinastías, sin el menor atisbo de proyecto democrático alguno en todo el largo periodo. Se entiende, pues, que surja la tentación de asumir que China no tiene cura y que su destino pasa por la existencia de un líder fuerte que guíe filantrópicamente los destinos del pueblo. Esta tesis es además impulsada y fomentada por el régimen, que pretende lograr así el sometimiento de los súbditos.

Pero la tesis es insostenible, también porque hay fenómenos evidentes que la desmienten. Hong Kong y Taiwan son —lo sostiene con calor el régimen chino— partes indisolubles de China, y sin embargo han sido capaces de deshacerse de la maldición histórica y abrazar muy exitosamente modelos democráticos. Hong Kong era una «democracia vibrante» (Acemoglu) hasta que Pekín aplastó sin contemplaciones las libertades después de vulnerar los acuerdos firmados con Londres que debían preservar el régimen taiwanés y mantener la dualidad resumida en aquella definición, «un país, dos sistemas», que en un cierto momento pareció creíble. Y Taiwan, un país nacido en 1949 cuando el nacionalista Chiang Kai-shek huyó del continente derrotado por los comunistas, es hoy una esplendorosa democracia política y digital, en que la participación activa de los ciudadanos en las decisiones políticas es la norma: Puede decirse que sus experiencias de democracia directa, las más avanzadas del mundo, desarrollan la capacidad de participación política y las libertades civiles como en ningún otro país avanzado.

La consecuencia de todo esto es clara: es un error abultado afirmar la fatal existencia de cualquier tipo de vínculo histórico inquebrantable con culturas antiguas que impidan el disfrute de las libertades y de la demcracia política modernas. No debería ser por tanto tan evidente que, por razones de fatalidad histórica, Taiwan deba someterse a la dictadura china, que reclama la reunificación según las normas continentales. Porque la pregunta es enjundiosa y no tiene fácil respuesta: en lugar de que Taiwan vuelva al redil chino, ¿por qué China no habría de plegarse a la democracia taiwanesa?

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