Opinar sobre violencia o discriminación de la mujer es una fuente inacabable de materia. Extraño es el día en que no aparezca alguna referencia a sucesos o situaciones perjudiciales para ellas. Ciertamente, la actualidad veraniega propicia «saraos» varios que suelen eclipsar la cotidianidad, aunque la realidad sigue ahí.

Este estío presenta novedades al respecto. Varios comandos, dando muestras de supina anormalidad, se han propuesto —vía hipodérmica— acrecentar las medidas de seguridad que nuestras compañeras se ven obligadas a mantener, dada la incapacidad social en protegerlas. En las zonas de ocio pronto vestirán prendas de hojalata y beberán mediante mochilas de hidratación trail running.

La chapa metálica transpira poco y sudarán. Hace mucho calor, por ello escribo estas líneas «algo diferentes» con mi torso desnudo, al igual que mi nieta y mis dos nietos, y noto alivio. Ellos dos, cuando crezcan, ya como hombres podrán mantener al igual que Brando en el film A Streetcar named Desire, el escaso decoro que supone el progresivo abandono domiciliario de la camiseta imperio, mientras que mi nieta, al igual que las demás mujeres adultas de la familia, lucirá prenda superior. Probablemente sujeta por finos tirantes, pero por ser mujer, está predestinada a pasar más calor que su hermano y demás varones del clan.

Continuando con el asfixiante termómetro, el otro día a 37 grados, una aparente familia circulaba—como los patinetes y bicicletas— por la acera. El hombre y una niña ataviados con pantalón corto y camiseta sin mangas, mientras que tres mujeres iban vestidas y bien tapadas de la cabeza a los pies.

Sofocadas deben haberse quedado también decenas de féminas cuando han conocido haber sido filmadas en el baño de una cafetería del centro de Palma —no de la Mancha— de cuyo nombre nadie se quiere acordar. De modo que, muchas usuarias de cafeterías del centro deben hacer cábalas sobre los cinco últimos años que, son los que parecen estar registrados por cámaras ocultas, y mientras tanto a sumar las trece letras de la «palabrita» incertidumbre.

Este escatológico fenómeno potencialmente caprofílico no es nuevo, más bien repugnantemente recurrente. Habrá que añadir a las mochilas femeninas de combate detectores de ese tipo de artilugios.

Entre y entre, para seguir caldeando el ambiente, el Ministerio de Igualdad en su campaña contra la violencia estética: «El verano también es nuestro», se ha dedicado a propiciar amputaciones digitales de cabezas o prótesis, para generar modelos femeninos a medida, ya sea uniéndolas a otro cuerpo o implantando una pierna de carne y hueso. ¡Espectacular!

La última elevación de temperatura es personal. El origen hay que situarlo en la lectura veraniega de una novela negra que, al igual que no se difunde el nombre del bar donde se grababa a mujeres en el baño, tampoco identificaré. Mi motivo es diferente, la novela es reciente y no pretendo hacer ningún spoiler. El caso es que el entretenido texto, que supera las 300 páginas, parte de dos asesinatos, el de una mujer y el de un hombre.

Una concienzuda investigación policial, planteada a través de exhaustivas líneas de trabajo, desentraña hasta el recoveco más ínfimo de un personaje.

Mi simbiosis con la potente líder era total, hasta el punto que pasadas las doscientas páginas, ella, en un ejercicio de sinceridad, manifestó a su equipo: (... en ningún momento hemos pensado que la cosa venga por el lado de...). Esos tres últimos puntos suspensivos sustituyen el nombre de la asesinada. De modo que, a la vez que la protagonista y su equipo, me sorprendí al darme cuenta de que la trama literaria —que no de quien la escribe— carecía hasta ese momento de perspectiva de género en el desarrollo de la investigación policial, en la cual la mujer aparentaba ser una víctima colateral.

No cuestiono la creación artística que, además, tiene su posterior devenir, sino la normalización de esa ausencia que interioricé, y no me consuela, tras haberla buscado, no haber encontrado falta de atención parecida. De ahí mi subida de colores y calores.

De habernos visto los hombres, sometidos a esos excesos de calor, a las agresiones punzantes, así como ser objeto de ese enfermizo voyerismo genital, probablemente la respuesta sería otra. Nos queda mucho por avanzar en educación familiar, sexual y como no, en igualdad de género.