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Antonio Tarabini

Entrebancs

Antonio Tarabini

Crónicas estivales (5) Retorno al presente

Estas Crónicas estivales, inauguradas en 2016, no pretenden ser unas nostálgicas memorias del pasado. Son unas mescolanzas del pasado, del presente (incluido el futuro) que nos van configurando. Hoy retorno al presente, simplemente porque mi última experiencia estimulante ha sido aceptar una invitación a participar en una comida/conversación, sin guion previo. Si no yerro éramos 12/13 ciudadanos; hombres y mujeres, de diversas edades y estratos sociales/políticos, pero dentro de un mínimo factor común. El objetivo era exponer brevemente cada participante un tema que le ocupase/preocupase, y posteriormente debatirlo. Los factores eran compartidos en su descripción, pero las soluciones (?) eran diversas y matizadas. Sin forzar las máquinas, comenzamos a las 13 y concluimos a las 18, comida incluida. A pesar del interés del debate, no voy a reproducirlo. Voy a hacer hincapié en la pérdida progresiva de nuestra capacidad y voluntad de «comunicarnos». Sin duda los casi dos años de confinamiento y las posteriores epidemias pueden haber colaborado.

No voy a buscar sus causas profundas, ni sus consecuencias, incluidas las sanitarias. Me voy a limitar a exponer hechos y realidades, que me facilitaron mis tics sociológicos. Hasta el 2019 incluido, todas las mañanas, excepto festivos, sin ser los únicos, coincidíamos en un mismo bar 3/4 personas entorno a una mesa. Café, nescafé, cortado, con leche…. Acompañado de repostería. El dueño suministraba la prensa, los clientes ojeábamos. Las diversas opiniones surgían con rapidez. Como mínimo nos íbamos al curro básicamente informados. Desde el marzo, nos confinaron y cerraron (no sólo) los cafés. Se terminaron las tertulias matutinas.

Al concluir el confinamiento, no todos los cafés/bares reabrieron las puertas. Y de los abiertos, no pocos dejaron de ofrecer prensa gratuita. Las tertulias en muchos casos desaparecieron. Y durante quince días me dedique a observar los diversos comportamientos de una serie de bares del ensanche de Palma. Prensa casi nula. Personas entre treinta y cincuenta, compaginaban su café con el uso intensivo y permanente del móvil, no tanto teléfono sino más internet con sus múltiples redes. La escasa prensa ofrecida se ojeaba la portada, grandes titulares, sucesos y deportes. Vivimos en la era de la indigestión informativa. Somos incapaces de procesar el tsunami de noticias que nos llega por un sinfín de canales diferentes y que impactan en el teléfono móvil que llevamos con nosotros día y noche. Si a ello añadimos la confluencia de acontecimientos extraordinarios e inquietantes con la que sobrevivimos este verano —crisis energética, inflación, olas de calor y pavorosos incendios—, lo que afrontamos no es sólo un empacho de actualidad, sino un serio desafío a nuestro equilibrio emocional. Exponernos a este festival de malas noticias nos hace, básicamente, más infelices. Hemos dado por bueno este modelo de consumo de información y quizás ha llegado el momento de una reflexión al respecto.

«Las redes sociales han desempeñado un papel fundamental en la consolidación de este modelo del frenesí informativo». Según datos proporcionados por el Reuters Institute en su informe 2022 Digital News Report, «el 56% de los españoles se informa principalmente a través de sus cuentas de Facebook, WhatsApp, Twitter y YouTube». Eso significa que, sin intervención por nuestra parte, podemos recibir información (o desinformación) las 24 horas del día. Y tenemos la opción de convertirnos en sujetos «activos» de ese proceso cuando comentamos la noticia, la compartimos con los grupos de amigos o damos al botón de «me gusta». Y esto es, exactamente, lo que se espera de nosotros: una respuesta alimentada desde la emoción a falta de tiempo para dar una pensada a lo que acabamos de ver o leer» (Carmela Ríos). Ocasión habrá para comentarlo.

Para concluir voy a referirme a una realidad próxima en el tiempo y en el espacio. En mi lugar vacacional, hace escasos años, era una realidad la existencia de un bar, Marcial, con todas las características propias de hábitats rurales. Allí todas las mañanas nos encontrábamos vacacionistas y propios del lugar. Cafés, acompañados de prensa, y en sus tiempos con cigarrillo incluido. En mi caso, no sólo el mío, teníamos ocasión de hablar, de discutir, de rernos… con amigos vacacionistas que sólo coincidíamos los meses vacacionales en el bar y que hemos dejado de vernos y comunicarnos. Y para mejor placer coexistía un clásico futbolín, donde mis nietos aprendieron a jugar y a ganarme. El café Marcial ya no existe, en su lugar una moderna instalación de amplios servicios, siempre repletos. El que estas líneas escriben hace ya unos años se limita a un café expresso (¡italiano!) leyendo los periódicos previamente adquiridos en el estanco cercano al ya inexistente Café Marcial. Un amigo mío, más coherente que yo, cada mañana se traslada a s’Estanyol a tomar su café en un establecimiento premoderno.

Acudo a uno de los pensadores más renombrados e influyentes del siglo XXI, es Byung-Chul Han. En el enjambre digital se hace hincapié en que los individuos se aíslan, carecen de alma, no se manifiestan en una dirección o en una sola voz y se distancian, principalmente, del «otro», al mismo tiempo que los sujetos están hipercomunicados de manera virtual. Ya no existe la mirada, el rostro o el contacto interpersonal; las personas actualmente viven bajo la tiranía del narcisismo porque se carece de un «otro» de manera real en la sociedad del «yo» del «exhibicionismo» y del «consumo».

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